Por: Jean Maninat
Regresó finalmente el oficialismo al hemiciclo de la Asamblea Nacional (AN) y se esperaba que fuese el inicio de un diálogo parlamentario sobre el destino del país, de buscar consensos sobre medidas mínimas para intentar superar la crisis, (minimitas si se quiere). Acordar, al menos, que se está dispuesto a eventualmente acordar a pesar de la inmensa distancia política que separa a unos y otros en sus respectivos escaños. Esa es la esencia de un parlamento democrático, discutir y aprobar medidas legislativas que irían, idealmente, en bien de la sociedad.
Pero, poco de eso se ha visto, por el contrario, asistimos a un liza de dimes y diretes, de acusaciones y contraacusaciones, a un combate discursivo, alterado, epiléptico, gestual, desbordado, a un match de oratoria que solo deja en el aire el humo de la palabra quemada. No queremos ser injustos, algunas intervenciones son notorias, sin embargo, echamos de menos una que se destaque por haber sido notable en su afán por advertir caminos para la recuperación democrática. Probablemente se haya dado, pero el fragor de la beligerancia verbal parece haberla disipado.
No, no es que aboguemos en esta columna por un auditorio desangelado, modosito y bien portado. Hasta los sobrios diputados japoneses suelen enzarzarse en reyertas físicas donde vuelan puños y patadas sin que jamás se despeinen. Y no hablemos de los ruidosos miembros de la Cámara de los Comunes en Westminster, con sus eufóricos Aye, aye para alentar el discurso de un colega partidista, o los vigorosos golpes sobre los bancos para desaprobar con indignación alguna moción del bando contrario. Order, order! suele gritar John Bercow el pintoresco speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes para calmar la batahola.
Si se trata de sacar a la AN del desacato impuesto, habría que recuperar cuanto antes su capacidad para legislar como un todo, con la participación de todas las bancadas allí representadas. Es probable que el gobierno haga caso omiso de lo que allí se acuerde, pero habría que forzar la discusión conjunta de iniciativas parlamentarias concretas para enfrentar la crisis de toda índole que vive Venezuela. Luego, que cada vela se pegue a su mástil y la gente juzgue por sí misma a la luz de cómo vota cada bancada.
Retomarle el pulso a la AN, salvando la tentación de convertirla en un Soviet, es parte del necesario re-aprendizaje y recuperación de las prácticas democráticas que se han perdido en el camino y tratar de devolverle a la gente su confianza en las instituciones republicanas. Presionar a los diputados oficialistas a ocupar sus curules, escuchar y discutir en medio de la pluralidad política, es más democráticamente subversivo que llamarlos barriga verde y denunciarlos frente a ellos mismos, una y otra vez, hasta la saciedad narcisista.
Muchos de los jóvenes crecidos en los últimos veinte y pico de años de desguace institucional seguramente tienen poca idea de cómo funciona un parlamento democrático; si a través de un orificio en el techo vieran una sesión con las barras y bancadas aplaudiendo divertidas cuanto retruécano, dardo, o frase altisonante lance uno de los suyos, ¿qué impresión se llevarían?
Order, order!
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