Casilda está muy confundida. No entiende nada. Ni la «o» por lo redondo. La vida cada día es más complicada y hay mayores carencias. En la isla de Margarita, donde vivo, no hay huevos, harina, azúcar, arroz, pasta, mantequilla, aceite que no tape las arterias o leche. No hay agua. Las verduras, el pescado, la carne, el cochino y el pollo están en la nutrida lista de lo que sufrió un aumento estrafalario en el precio. El papel tualé desapareció. Ni hablar del jabón de lavar o de tocador. El café es una extravagancia.
Los maestros imparten clases tres días por semana. No hay medicamentos ni para dolencias menores. Una enfermedad seria puede transformarse en una sentencia de muerte. Llevo media vida oyendo que esta isla es la promesa turística del Caribe. Y lo fue. Hoy cualquiera que quiera venir se le hará cuesta arriba conseguir cupo en un vuelo o ferry. Los hoteles, posadas y restaurantes están pariendo para atender a su clientela. Siguen viniendo los vecinos de Brasil. Provienen de estados menos afectados por la crisis que agobia a ese país. Y el cambio les favorece, todavía. Ellos tampoco entienden por qué el tercer renacimiento de Brasil también fracasó.
Lo he escrito varias veces. Y lo repito: la Edad de Piedra no terminó porque se acabaran las piedras. El ser humano cambió las piedras por los metales. Aramco, la súper corporación petrolera saudí, anuncia que está en venta. Hum… Kuwait, que descubrió su petróleo en 1937, tiene reservas internacionales por más de 600 mil millones de dólares. Ese país tiene 2 millones 800 mil habitantes. Hagan ustedes la aritmética. Dubai invirtió su ingreso petrolero; recibe más de 13.2 millones de turistas al año. Los noruegos y los alaskinos son los clientes predilectos de cualquier banco. Les hacen préstamos sin rechistar. Sendos fondos de reservas, alimentados con disciplina por años de bonanza de cuantiosos ingresos petroleros son garantía y aval más que válidos para los acreedores.
Luego de la portentosa crisis y de haber seguido un riguroso plan de recuperación, Irlanda resurge. La torpeza política y económica del gobierno populista griego hizo de su crisis una catástrofe.
Las cifras finalmente publicadas por el Banco Central de Venezuela son analizadas por peritos en finanzas públicas nacionales e internacionales. No cuadran. Pero incluso con maquillaje de ópera de Puccini, denotan enfermedad grave. Y los médicos del gobierno, que básicamente son los mismos que mal atendieron al paciente y lo mandaron a terapia intensiva, tienen el tupé de querer que se les autorice una intervención quirúrgica sin garantías de curación o salvación. Eso es el Decreto de Emergencia Económica. Una nueva prueba irrefutable de negligencia e incompetencia.
Perdónalos, Padre. No saben lo que hacen. Más de un millón de millones de dólares que ingresaron a Venezuela por concepto de la factura petrolera fueron dilapidados, malversados, robados, esquilmados, desperdiciados, saqueados. O el verbo que usted prefiera. La deuda externa es acromegálica y la interna da grima y dentera. El país es un cementerio de industrias quebradas y campos esterilizados. Y hasta las banderitas tricolores son «Made in China».
Casilda en la cola no entiende nada. Yo le digo que tenga fe. Que comenzó un cambio. Po me santiguo. Sé que la fe no alcanza para salvar al paciente que fue atropellado por un atajo de vándalos que ahora pretenden lavarse las manos. Miro hacia la AN. A los diputados. Ilumínalos, Padre. Necesitamos que sepan lo que hacen.
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