Por: Jean Maninat
El Gobierno está caído, es una de las píldoras de autocompensación psicológica que más recetan algunos en los márgenes de la oposición democrática. Aceptemos, a juicio de inventario, que tal aseveración se apega a la realidad y no es un deseo figurado antes de apagar una vela cumpleañera. El problema -como nos decía un agudo analista recientemente- es que no sabemos por cuál piso va en su abrupto descenso: ¿el 70, el 45, el 24, llegando a planta baja? Como los boxeadores, un gobernante puede deambular groggy por el cuadrilátero, haciendo movimientos automatizados, gastados reflejos que envía su aporreado cerebro, y le permiten trastabillar de pie durante todo el combate. El contendor puede desgastarse lanzando un remolino de puñetazos, sin ton ni son, sin hacer caso al grito que viene de su esquina: ¡Focalízate!, y así poder finiquitar la función.
El pueblo está bravo, es otra pastilla recurrente de quienes tienen la capacidad para leer los insondables estados de ánimo de ese conglomerado compuesto de intereses diversos y contrapuestos, de bondades, pasiones y rencores, de aspiraciones y frustraciones que mientan las masas populares. La activa paciencia con la que se hace cola, esa especie de tertulia serpenteante que acecha los mercados y tiendas del país, no es necesariamente la mecha encendida de una explosión social inminente. Lamentablemente, puede convertirse en un modus vivendi engrasado por la desidia gubernamental y el sentimiento de que «peor es nada». Solo si hay un mensaje político único, potente, con capacidad de despertar la chispa de que es posible y necesario cambiar, se arriesgarán a perder su puesto en la fila.
¡Renuncia ya! Se declara con ímpetu conminatorio como si la fuerza del conjuro que contiene la gragea, pudiera reverberar por la ciudad, subir por sus avenidas hasta llegar a Miraflores y allí sacudir la conciencia de sus inquilinos hasta lograr el remordimiento previo a toda dimisión. Para que funcione el conjuro, se requiere de una mínima convicción democrática, de un mínimo sentido de responsabilidad frente a la sociedad, cualidades ambas que no forman parte del repertorio ético-político de quienes hoy gobiernan a Venezuela. Muy por el contrario, se han encargado de repetir, hasta el cansancio, que no están dispuestos a entregar la herencia que su fundador les dejó, por más menguada que se encuentre gracias a su incapacidad para gobernar con un mínimo, minimito, de capacidad gestora.
Solo la evidencia de un hecho político tangible -una contundente derrota electoral- permitirá pavimentar la vía para un cambio democrático y constitucional. Quienes llaman a no cerrarse a ninguna opción, a vocinglear en el mercado las miles de virtudes de las miles de pócimas mágicas que atesoran, solo sirven para distraer la atención, como los gitanos que visitaban cada año Macondo.
La MUD, su secretario ejecutivo, Chúo Torrealba, y los partidos y organizaciones que la conforman, han asegurado que presentarán pronto al país el reglamento para la escogencia de candidatos unitarios para las venideras elecciones a la Asamblea Nacional. Los principales líderes de la oposición democrática se han comprometido (con la foto de rigor) a actuar en conjunto y dejar atrás las tentaciones personalistas. De manera tal que las bases estarían echadas para asumir un esfuerzo unitario con capacidad de devolverle a la gente el ánimo para seguir en la lucha democrática e infligirle una derrota al Gobierno. Quien se baje de ese carro, no saldrá en la foto definitiva.
Los vendedores de ungüentos prodigiosos, los fabricantes de cebo de culebra, no cesarán en su empeño de distraer la atención, de desarmar electoralmente a la oposición democrática, vendiéndole un guión digno de Frozen: Libre soy, libre soy.
Los jefes del socialismo del siglo XXI saben que se juegan el «proyecto» en las parlamentarias y, como en el pasado, pondrán toda la maquinaria del Estado a su servicio sin escrúpulo alguno. Así lo han dicho innumerables veces.
Se viene encima una dura contienda electoral, y se necesitará unidad, organización y votos y más votos para ganarla. La masa no está para bollos y menos para píldoras de autoayuda.
@jeanmaninat