Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Hay una izquierda loca, malhechora, borbónica decía Petkoff (que nada aprende), corrupta, muy ignorante, contaminada de populismo y que ya no es otra cosa que un problema de seguridad internacional y que no amerita mayores polémicas teóricas. ¿Quién va a debatir con Maduro, Ortega o Evo, por ejemplo?
Pero hay otra que se supone modernizada, democrática, adaptada a las exigencias del mercado globalizado, abierta a los cambios civilizatorios, consciente de los nuevos requerimientos educativos y tecnológicos… que remite el socialismo, no digamos el comunismo, a venideros siglos de abundancia y dicha generalizada. En el fondo, ha devenido en una especie de socialdemocracia con otro árbol genealógico y otra historia, distintas virtudes y taras genéticas. Muchas veces no le va nada mal en su mutación. El caso de Chile y Uruguay, que han sido o son poder, es una buena muestra por estos lados de sana redención. El ejemplo de Chile es paradigmático por su desarrollo, que lo pone, si no dentro, a las puertas del primer mundo y hasta le permite, como en el norte del planeta, darse el lujo de alternar gobiernos de derecha e izquierda sin mayores sobresaltos, equilibrios del que gustaba el muy sabio Norberto Bobbio. Y Uruguay, pequeño y culto, tiene cifras económicas y sociales envidiables y ya decenios de política abierta y funcional que le ha dado hasta un santón, algo primitivo en verdad, que se vende bien en el mundo desarrollado, bastante ayuno de estos, orgulloso portador de un viejo escarabajo como escapulario.
Pero lleva tiempo domesticar los antiguos vicios por aquello del nacer barrigón… Y estos aparecen escondidos en nuevos embalajes. Y aquí me interesa tocar someramente, con intereses nada ocultos, las posiciones de México y Uruguay frente a la inenarrable tragedia venezolana. Bien opacos, por cierto.
Lo de Uruguay es simplemente de una torpeza argumental y de un oportunismo grosero. El canciller Nin Novoa agrede al Grupo de Lima en su descalificación categórica de la usurpación de Maduro, porque no es una instancia institucional con poderes establecidos para tal decisión, como podría ser la OEA, por ejemplo. Por tanto, ellos guardan cómplice silencio y van a asistir, modestamente es verdad, al macabro ritual de la juramentación. La lesera del argumento no puede ser mayor; obviamente, el grupo fue constituido justamente por la ineficacia institucional de la OEA, a pesar de la dignidad de quien la preside, tan bastardamente tratado por los conmilitantes del canciller, y democráticamente tienen el derecho de expresar su opinión, no de imponer ningún criterio (¡ojalá!). Así de simple. Como lo han hecho Alemania y toda la Europa unida, digamos. O como lo hizo Venezuela cuando la dictadura uruguaya, ¿se acuerda, caballero? En el fondo, es una política que va y que viene producto de la mezcolanza de lo podrido y lo nuevo, de rancios tupamaros y sinceros demócratas. Contradictoria con las declaraciones del mismísimo Tabaré Vásquez en diciembre. En fin, con todos los síntomas del oportunismo para satisfacer a las partes mal unidas en el poder.
Lo de México es también muy ramplón. Tratar de revivir el no intervencionismo a ultranza, alguna vez muy pertinente dado su vecino grandulón y depredador, es hoy una antigualla a la hora del muro de Trump. Y, por supuesto, es poco cónsona con la tendencia universalista, antichovinista, de todo pensamiento que se proclama progresista y que sabe que más allá de las naciones y sus intereses está la humanidad toda. Por eso que produjo aquel famoso llamado a los proletarios del mundo a unirse. Por eso que hace que aboguemos por la protección de millones de migrantes que recorren el mundo. O por evitar que se asesine a la mujer que asume su libertad donde quiera que esté. O por los derechos humanos más elementales sustraídos al pueblo venezolano.
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