Que las playas hayan estado a reventar no hizo de la semana una poco santa. Desde que tengo memoria, la Semana Santa ha sido una oportunidad para darle un respiro a las malas pasiones. Recuerdo que cuando era niña Jueves y Viernes Santo la radio sólo transmitía música clásica. Pero hasta ahí llegaba el asunto. Y el sábado era y es de gloria. Venezuela no es, nunca ha sido y esperemos no sea nunca un patio de fanatismos religiosas, que tan perniciosos y dañinos son.
Pero este año la semana no fue muy santa, o sana -cabe mejor el término- porque algo pusieron en el agua, o en la cervecita, y algunos hicieron de estos siete días una larga e ininterrumpida “hora loca”. No hace falta que yo aburra describiendo lo acontecido. Que la gente se haya pasado el suiche pone de bulto que los ciudadanos no han perdido la razón. Han sido otros. Para males de ese corte y tenor hay pastillitas y tratamiento. Todo indica que los disparates no se curan solos.
