Publicado en: El Universal
Por: Carlos Raúl Hernández
“Todo lo que afirmo es una pregunta”. Neil Bhor
“No te asombres de mi astucia sino de tu estupidez que la hace resaltar”. Reinaldo Arenas
1. Durante los siglos XIX – XX predominó en las ciencias un positivismo degradado, que observamos con frecuencia en el estudio de la política. Es creer que ciencia es recolectar datos y hacer cálculos para después “leerlos” e “interpretarlos”, una versión empobrecida del pensamiento de gigantes, Galileo, Descartes y Newton que aún pervive en el sistema educativo. En el pensamiento político, Saint Simon, Fourier, Comte, Spencer, Marx, cada uno creyó ser “el Newton de la ciencia social”, con el detalle de que se equivocaron diametralmente en la “lectura” de casi todo. He visto demasiados pingüinos arrastrar un trolley de encuestas para simular sabiduría, sin sospechar que uno de los creadores de la estadística, Einstein, dice que “es lo que sabemos cuando no sabemos nada”. Modelo estadístico: después de 70 días, un cerdo está seguro de que los humanos están ahí para cuidarlo, hasta que llega el sábado fatal. Estudiar la política obliga a entender que las cuantificaciones son extremadamente útiles, pero lejos de ser propiedades objetivas de los fenómenos, son formalizaciones que les atribuimos, lenguajes útiles (integrales, derivadas, logaritmos, raíces).
2. El planeta da vueltas sobre si mismo desde que hace 4 mil millones de años pero hace muy poco se enteró de que eso duraba 24 horas, 1440 minutos y 86400 segundos, porque apenas 5 mil años atrás se inició la carrera con -o contra- reloj en Sumeria, Egipto, Italia, Alemania, EE. UU, sucesivamente los de sol, arena, péndulo, bolsillo, cuarzo, atómico, digital, inteligente. Y de que ese movimiento se llamaba rotación, con Copérnico. La banalidad positivista cree que una carpeta de datos “refleja la estructura de la realidad”, el esqueleto “oculto” en un cuerpo, lo que “subyace” tras la cobertura, accesible con métodos apropiados, desviaciones típicas, varianzas, rayos X, resonancia magnética. Burla extrema de esto hace el biólogo Anthony Standen en su obra La ciencia es una vaca sagrada (1950) en la que “plantea” que según la encuesta un ferrocarril se construye a sí mismo pues su falta hace que el ingeniero se dedique a erigirlo (la vaca sería responsable de su muerte porque la carne tiene demanda). En esta idea, el trabajo científico consiste en encajar bien las piezas del rompecabezas “deconstruido” siguiendo el resultado preexistente que está en el mapa de la tapa, “el método”.
3. El postpositivismo comienza con Einstein y Neil Bohr (luego pasará lateralmente a la ciencia política) y desde este ángulo el trabajo científico se identifica con la investigación criminal. De la escena del crimen, donde arrojaron el cadáver, no hay mapa para armarlo y menos rompecabezas sino elementos sin conexiones previas entre ellos o con la víctima. Las trabazones hay que crearlas para llegar a hipótesis-invenciones-deducciones, porque no hay mapa ni menos rompecabezas. Esta es una forma menos ingenua y pueril de entender el conocimiento y particularmente un arte tan indeterminado como la política y parte de que cualquier conclusión lo es provisional, a beneficio de inventario. Fue escandalosa la insistencia del mismo pingüino de arriba en anunciar día tras día, hacia el 28 de julio pasado “la disolución de la coalición dominante”, mientras la realidad le reventaba las narices y no tenía la menor capacidad de ver lo que ocurría. Quien estudia un conflicto político partirá de que no hay separación entre “el sujeto y el objeto”, como decía el librito de Hessen. Los polos están situacionalmente conjugados, como el torero y el toro, los corredores de F1 en una carrera o los 22 jugadores de un partido de fútbol. Lo que haga cualquiera de los participantes incide en el otro, produce reacción y cambia la secuencia.
4. Las acciones y decisiones de los dos componentes en las confrontaciones mencionadas, metáforas de la política, se realizan para hacer reaccionar al contendor, estimular sus errores. Cada “sujeto”, cada líder y su claque, en ¿sus quince minutos? de Andy Warhol, elaboran una representación mental de “el objeto”, “el adversario” y de cómo terminará el conflicto. Ese es un constructo que puede ser ilusión y cuya vaciedad o densidad dependen de hasta dónde llegue cada uno en descifrar los planes e intenciones del otro, cuan bien elaborado sea el constructo o “representación”. Es demente ir al combate sin asegurarse hasta las arcadas de conocer el poder del adversario, qué se juega en la apuesta y hasta dónde está dispuesto llegar. No cumplir tal requisito torna el movimiento en una inmolación en masa. Si el guía ni los miembros del safari para cazar rinocerontes no ven ni oyen el galope de la catástrofe, culpar después a la maldad de la estampida de rinocerontes porque no actuaron como lores, sería una mala excusa de la dejación.
5. Menos dañoso dedicarse a la ornitología de los pingüinos. Hay una larga y rica discusión epistemológica en la que algunos consideran la objetividad una falacia fundamental, ya que pensamos a partir de nuestros personales aparatos racional y perceptivo; lo resume muy bien el poeta José Bergamín: “si fuera un objeto, sería objetivo, como soy un sujeto, soy subjetivo”. Ahora el estudio del proceso de pensar tiene un gran aliado en la neurociencia que explica el funcionamiento del cerebro. Roger Wolcott Sperry, neurocientífico, filólogo, biólogo, Premio Nobel de Medicina, el Cristóbal Colón del cerebro, plantea que cada hemisferio cerebral funciona con una racionalidad opuesta al otro, pero en el resultado es complementario. El izquierdo controla el lado derecho del cuerpo, es práctico, “diestro”, contiene la razón analítica, la consciencia, es “elementalista”, diría Mondrian; recibe y procesa información lógicamente, dato por dato, en orden sucesivo lineal (como cuando escribo este artículo) discursivo y sistemático.
6. El hemisferio derecho maneja la parte izquierda del cuerpo, la menos práctica, creativa e intuitiva. Dice Miguel Martínez que en él se origina “…un pensamiento intuitivo que es capaz de percepciones estructurales, gestálticas y puede comparar esquemas en forma no verbal, analógica, metafórica, alegórica e integral… estereonósica…holista, compleja, no lineal, tácita, simultánea, asociativa y acausal”. La imaginación, la presunción, la sospecha no bastan, pero hay que estar al tanto y ahondar en lo que proviene del entorno. Mientras el hemisferio izquierdo, el práctico, procesa apenas 40 bits por segundo, el derecho de las intuiciones procesa 10 millones de bits. Cuando estamos en cualquier contexto, miles de millones de neuronas analizan la inagotable y polimorfa información del ambiente, sin que tengamos conciencia. Luego nos queda solo una sensación de bienestar o malestar que puede tornarse un relámpago de conciencia cuando estamos relajados, como Arquímedes en la bañera, Newton bajo un manzano o la decisión de Eisenhower de invadir por Normandía y no por Calais.
7. La intuición, “el pálpito”, el prejuicio, según Kant son poderosas fuentes para iniciar (iniciar) una exploración y se precisa tener todos los radares atentos al ambiente, no desdeñar nada sin investigar. Es el tipo de saber que corresponde a líder político, eso que llaman “olfato”, el cálculo automático del riesgo y de las intenciones del contrario. Se desarrolla con la experiencia y se torna un instrumento poderoso cuando se conjuga con la teoría y la práctica del oficio, se armonizan las intuiciones y las pesquisas. “El cementerio de la política está lleno de apresurados” dijo alguna vez Felipe González y ese apresuramiento es una intuición enana, falta de control de las emociones, inclinación suicida al riesgo, subestimación del adversario, carencia de sentido de la realidad, megalomanía, emocionalidad incontrolada, consejeros incompetentes y enemigos dispuestos a todo, cuyo resultado se repite. Borges dijo que “los caballeros solo defienden causas perdidas”, pero eso no aplica en la política.