Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
A veces hay que hacer un alto en la discusión de las propuestas y el análisis del quehacer político, para reflexionar sobre algo más básico y árido; en este caso, la corrupción.
Lo primero es recordar el contexto. Este es un gobierno, una dictadura, sostenida únicamente por la fuerza de las armas y las “mieles” de la corrupción. Carece de proyecto histórico, como no sea quedarse en el poder, mantenerlo –como ya he dicho, por la fuerza de las armas– para disfrutar sus beneficios, como también he dicho.
Técnicamente el gobierno no existe, no funciona. No toma una sola medida eficaz ni eficiente para resolver ninguno de los graves problemas de la gente. Solo espasmódicos –en todos los significados de la palabra– aumentos de salario mínimo que, sin hacer juicios de valor sobre la justicia de los aumentos, en pocos meses son devorados por la hiperinflación, y que lo obliga a devaluar, reconvertir y a emitir y mal poner a circular escasos billetes, con lo cual contribuye más a acelerar la hiperinflación y cavar más la fosa en la que estamos metidos todos los venezolanos, los que no alcanzan a huir por las fronteras de Colombia y Brasil.
En este contexto estallan y se revelan a diario escándalos de corrupción mil millonarios, de cuyo foco el régimen quiere inútilmente que desviemos la vista –que en parte lo logra– culpando a los demás y poniendo a circular información falsa o tendenciosa. En nuestra frustración por la situación política en que sobrevivimos, caemos en la trampa y creemos y difundimos buena parte de esa falsa información sin confirmarla, y nos ponemos a sospechar y denigrar sin base ni criterio de los que están a nuestro alrededor.
En realidad, poco podemos hacer el común y mayoría de los venezolanos, frente al, literalmente hablando, espectáculo de la corrupción, como no sea apoltronarnos a contemplar la sordidez de los juicios y escándalos que envuelven a personajes venezolanos, otrora altos funcionarios o amigos de la administración del difunto Chávez Frías y que amenazan con hacer palidecer los guisos y manejos de Odebrecht o las andanzas “hamponiles” de los gánsteres de comienzos del siglo XX de los Estados Unidos.
Pero digo mal. No somos meros espectadores apoltronados. Tampoco es que seamos actores, mucho menos en los casos que se destapan últimamente; pero participamos subiendo o bajando el pulgar, como espectadores de circo romano. La única diferencia es que no hay cristianos ofrecidos a los leones, o gladiadores que disputan por sus propias vidas en mortales combates; lo que hay son “despreciados políticos” sometidos a la picota y el escarnio público sin posibilidad de defensa, pues el régimen controla casi toda la prensa y algunos irresponsables buena parte de las redes sociales.
A los males propios de cualquier clase política, a la nuestra se le suma la sospecha de corrupción, de “mala conducta”, de aprovechadores del erario nacional, por el solo hecho de aspirar a un cargo publico o aspirar a la noble tarea de ser un servidor público; porque lo es, ser servidor público es una noble tarea, que exige de vocación, desprendimiento y de sacrificio.
No digo que nuestros políticos sean una pléyade de ángeles, pero tampoco son, todos, una caterva de hampones; y usualmente se nos olvida que, en nuestros países –en realidad en todas partes–, la corrupción no viene sola, suele venir en pareja. Es decir, por cada “corrupto político”, hay alguien a su sombra o a su lado: un empresario, un profesional, un hombre de negocios, que se aprovecha y beneficia del cohecho de ese funcionario. Es lo que estamos viendo en el más reciente juicio en la Florida. Por lo tanto, queda muy mal la mojigatería de algunos que se solazan en denigrar de “los políticos”, sin ver la viga en el propio ojo. En el peor de los casos, se trata de un sistema corrupto o una “sociedad de cómplices”.
Sin embargo, al ciudadano común el único papel que le queda en política no es el del mero espectador. Algunos han optado por involucrarse, no digamos en partidos, que sería lo deseable –al menos para los que critican su hacer y desempeño– sino en muchas de las organizaciones de la sociedad civil que se dedican a esa actividad, sin competir directamente por el poder, que es la tarea específica y natural de los partidos.
Otros, que no son pocos ni poca cosa, se conforman con acudir a los procesos electorales y respaldar con su voto la aspiración de algún candidato, pero esta actividad hoy día –a las elecciones, me refiero– esta tan “devaluada”, que ya no es opción para muchos.
Por lo tanto, nos va quedando un sector, no muy grande afortunadamente, pero si muy activo y bullicioso, que su única tarea “política”, “ciudadana”, es poner a circular por redes sociales cuanto chisme y maledicencia de algún político logran pescar o inventar por allí. Algunos pertenecen al sector que durante años denigró y hecho pestes de los políticos y los partidos; razones había, pero criterio, poco. Varios de esos después apoyaron las aspiraciones presidenciales de Chávez Frías, como quien alentaba una especie de “justiciero” o “ángel exterminador” que purificaría a la política y el país y trataron de convencernos para que nosotros también lo apoyáramos. Cuando se dieron cuenta de que el personaje, que habían ayudado a “entronizar”, se les escapó de control, muchos de ellos fueron los primeros en abandonar el país y en tratar de dirigir desde afuera los hilos de la política.
No digo que la critica no sea necesaria, lo es; ni digo que no haya hechos criticables, los hay; pero esa no es ni puede ser la tarea fundamental del ciudadano, sino que ésta debe ser la de ejercer control, pedir cuentas a sus representantes, obligarlos a rendirlas, a responder por sus actuaciones, a informar de su gestión, sugerirles ideas, llevarles propuestas, realizar una bien conducida y responsable contraloría social y ciudadana.
Los políticos no vienen de marte, no son extraterrestres, se criaron en nuestros hogares, fueron a nuestras escuelas, colegios y liceos, se graduaron en las universidades con nosotros y están allí, porque los pusimos allí, para que realizaran la tarea de gobernar, mientras nosotros nos dedicábamos a ejercer nuestras profesiones o a desarrollar nuestros negocios. Y ahora muchos han desarrollado un agudo sentido de la “antipolítica”, como si no tuvieran nada que ver, por acción u omisión, en el problema.
Es cierto, para algunos la “antipolítica” es una “coartada” (Carlos Blanco, El Nacional, 5 de diciembre de 2018), pero para otros, es una estrategia. No se trata de lavarle la cara a los políticos que no lo merezcan, se trata de repartir adecuadamente cargas y responsabilidades, involucrándonos como ciudadanos.
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