Generalmente se considera que una actualidad depende de los factores que le son propios y exclusivos, esto es, de un conjunto de elementos que solo le pertenecen a ella. Las criaturas de esa actualidad también se juzgan como parte de un teatro sin contaminación, debido a que depende de ellas y solo de ellas la orientación de su rumbo. Se concibe un protagonismo principal y sin rivalidades que puede anunciar un tiempo posterior sin la influencia de protagonistas anteriores, como si se tratara de un proceso químicamente puro. Pero no es así. El presente depende del pasado, no solo porque lo produce sino también porque los motivos y los intereses procedentes de su seno siguen presentes como si cual cosa. Están allí, en el centro o en la periferia, como parte de la misma estructura.
Para decirlo con palabras del maestro Gaos, el pasado no pasa, o no tiene urgencia de pasar. Se agazapa en los rincones del tiempo que le sigue, o en los lugares estelares de su teatro, para formar parte de la posteridad que le continúa por la atadura de la cronología. El cortejo del pasado hacia el cementerio marcha con toda la parsimonia del mundo porque no quiere que lo entierren, porque considera que merece el derecho de compartir el oxígeno con los individuos más jóvenes que pueden ser sus hijos, pero no sus apresurados sucesores. Los prefiere como compañeros de viaje, pero jamás como enterradores. El pasado le pide tiempo al tiempo, disfrazándose de presente o acoplándose a las exigencias de un lapso que apenas le pertenece a medias, pero en cuyo seno tiene el derecho a la sobrevivencia.
El chavismo es una de esas partes del pasado que se niega a desaparecer, pese a su olor a despojo digno del sepulcro. No solo porque se nutre de ideas que tuvieron sentido en el siglo XIX para formar después parte de una paleontología digna de análisis debido a la capacidad de supervivencia que distingue al espécimen, suficiente para convertirse en escollo para el trabajo de las funerarias. “No es un cadáver; es solo un cuerpo muerto y hemos de desollarlo; si no, se nos podrá más duro que una piedra”, escribió Pavese de un estorbo particular de su historia, pero sus palabras vienen al pelo. Sin embargo, hay otros que no son tan cadáveres, y que no son candidatos al desollamiento, con los cuales se debe lidiar en la misma arena. No solo tienen el derecho de permanecer entre nosotros y de jugar papel estelar, siempre y cuando los destinatarios de su actividad, los hombrecitos que los observan desde las gradas, sepan que son figuras del presente aclimatadas en el pasado y marcadas por sus signos indelebles.
Hace poco, el presidente de la AN tocó el tema del pasado y del presente en la vida política, cuando respondió a un joven y vigoroso diputado del PSUV que apenas balbuceó una contestación, las necedades esperables de un vocero de una bandería petrificada y sin ideas de actualidad. El muchacho, quien está en uso de razón, o por lo menos de su anacrónica y lánguida razón, desaprovechó la oportunidad para tratar el asunto de los requerimientos de un tiempo determinado y de la importancia que tienen las generaciones reunidas en su regazo en la búsqueda de soluciones. Aún él mismo, pese a las limitaciones de su origen político y a las estrecheces de su formación engordada en la morosa agonía del movimiento histórico al que pertenece, pudo ser más asertivo, especialmente cuando debía responder a una líder de la democracia representativa convertido en figura estelar de lo que puede ser el retorno de un entendimiento o de un sentimiento relativo a la política que vuelve por sus fueros.
Allí, en el Capitolio, en esa peripecia fugaz, se reunían los ingredientes del pasado y del presente que forman nuestra actualidad y que merecen una reflexión sin apuros. No porque se quiera sugerir ahora que el más veterano de los contrincantes sea candidato para el desollamiento, entre otras cosas porque está lejos de ser un cuerpo muerto, sino porque conviene mirar el asunto con la pausa que merece partiendo de entender que en las filas de la oposición no se parte de una disposición cronológica en la cual predomina la homogeneidad. En su casa se vive y se parte de una aleación, sobre cuyos ingredientes no viene mal el uso de una balanza.