La política económica en manos de cualquier persona, menos en expertos en productividad
Pánico contenido en los límites máximos del sistema nervioso a punto de reventar. La gente cruza miradas de angustia inquisitivas al pasajero del asiento de al lado, en una esgrima inútil de adrenalina. Saltan las máscaras de oxígeno y los pasajeros las miran bailar su danza macabra a la altura de sus rostros lívidos. Se espera la palabra necesaria, tranquilizadora, la respuesta de por qué el avión corcovea como un caballo salvaje con rugidos de dragón y las ventanillas de lado izquierdo cubiertas de un lodo negruzco. En esa búsqueda desesperada de seguridad, voltean hacia una de las aeromozas, que encinchada de un asiento, transmite igual terror y dice incoherencias. De pronto aparece la imagen de la seguridad y el poder. El piloto abre la puerta de la cabina con su camisa más blanca que nunca, y sus insignias más brillantes que nunca a la vista de seres sedientos de autoridad y respuesta.
Pero en aliciente a la ansiedad en la pequeña nave, el símbolo del poder, igualmente desconcertado, pregunta a los pasajeros de las primeras filas: «¿Qué será lo que pasa?…». A la ruptura de este eslabón final con la seguridad, el espanto se desborda y resuenan las oraciones en voz alta. Después de diez días de la renuncia del gabinete, el suspenso nacional esperaba: «¿vendrá el gran viraje… se presentará el gobierno con un gabinetebig leaguer, impresionante, integrado por cerebros de diversas corrientes políticas… rectificará para salvar al país del peligro inminente… tomará las medidas para que comiencen a fluir alimentos y medicinas… definirán políticas para recuperar la seguridad ciudadana y la estabilidad institucional?». Pero como los pasajeros del DC-3 luego de la aparición del piloto, los venezolanos quedaron doblemente más asustados.
Remachar el fracaso
Preguntas tan graves, que apuntan directamente a la supervivencia de Venezuela como país civilizado, y cuyas soluciones son de vida o muerte para pacientes de enfermedades graves que pierden la esperanza, suenan respuestas del más puro surrealismo político. De repente descubrimos que un país multimillonario en millardos, tendrá que comer de cultivos en los balcones y gallinas criadas en corrales que sustituirán jardines y patios. En materia de política económica, las medidas del nuevo gabinete parecen un ejercicio de estudiantes de bachillerato. Ratifican un esquema que tiene ciento cincuenta años fracasado desde la publicación del Manifiesto Comunista, que hizo naufragar, como el hundimiento del Titanic, el socialismo del siglo XX y que tenía bajo su bota casi la mitad de la Humanidad. También a Latinoamérica en los 80 y a los propios EEUU en la etapa de Carter.
Según el replanteamiento económico, son correctas las acciones que llevaron a Venezuela al Cuarto Mundo en la etapa de sus mayores ingresos, pero «hay que aplicarlas bien». No se interrogan sobre la naturaleza surrealista de por qué uno de los pocos países del Universo que tiene control de precios exhibe la mayor inflación mundial; y uno de los pocos con cambio controlado, las mayores devaluaciones y fuga de capitales en el mismo Universo conocido y por conocer. No hace falta tener a Einstein de Ministro de Economía para saber que quien viene a contramano no son los miles que transitan por la autopista, sino el que lo hace en sentido contrario. El panorama es sombrío porque aplicar bien la represión económica, perfeccionar los controles, consiste en asfixiar aún más a los productores e importadores. La política económica en manos de policías y fiscales y no de expertos en productividad.
La amenaza del caos
Se profundiza la perspectiva de la hambruna, la hiperinflación de X mil por ciento y el desempleo impredecible, con la quiebra inminente de las pocas unidades productivas que sobreviven. Problemas económicos elementales en el mundo civilizado, obsoletos en casi todos nuestros vecinos latinoamericanos, despedazan un país moderno. El equivalente social es la explosión de dolencias anacrónicas, dengue, chikungunya y Zika, porque no hay químicos en el país. El socialismo del siglo XXI sucumbe con igual dramatismo que el del siglo XX, porque al final, con retoques formales, es exactamente la misma demencia totalitaria. Pero la segunda pregunta es por qué en China un comunista histórico, Den Xiaoping, entendió que debía rectificar y condujo el cambio en el Comité Central del PCCH.
Cantar de ciegos
Exhibió allí documentos fílmicos de las hambrunas, que hicieron llorar y rectificar a sus camaradas, y en la URSS aparece Gorbachov con el mismo planteamiento, pero en este cantar de ciegos no ocurre algo parecido. Sigue la barcarola en su navegar resuelto por los meandros del Estado fallido. Con mayor dramatismo emerge la exigencia de un diálogo entre el Poder Ejecutivo y la Asamblea Nacional, que ha sido la bandera triunfadora de la oposición. Los que se nieguen lo hacen en presencia del país expectante, que refrescará nuevamente quién es quién.
El que niegue la necesidad del entendimiento, del acuerdo entre todos, será el responsable de lo que ocurrirá en el futuro inmediato y cargará con sus culpas. La bandera del cambio es esa y recibió un amplio apoyo. Hay que insistir.