No votaría por los destructores de la República ni en un instante de insania. La decisión incluye a los candidatos del PSUV, desde luego, pero también a las agrupaciones que les han hecho coro desde la llegada del usurpador. ¿Acaso no son cómplices, antes del nacimiento de los “alacranes”, de la ruta urdida desde las alturas del poder para establecer el continuismo?, ¿acaso han asomado una idea que los distinga del chavismo? No hace falta un análisis político para mantener frente a ellos distancias sanitarias, como basta la desvergüenza de todo para permanecer en casa alejado de una farsa colosal.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Me siento confundido cuando veo centenares de letreros pidiendo votos para Copei. Me parece que he viajado a otras épocas, cuando los verdes mensajes mandaban a sufragar por Luis Herrera. Pero no aparece la célebre consigna convertida en pregunta -¿”dónde están los reales?”-, aunque mantiene más vigencia que en el pasado; ni la figura del tigre relacionada con el joven candidato Eduardo Fernández de antes. Porque el de ahora es distinto, como es diverso el supuesto partido que hace campaña en las parlamentarias. Por eso también extraño la propaganda de Álvarez Paz, cuando el socialcristianismo pretendía ponerse a tono con los tiempos. Rompecabezas vivencial, el de resolver el enigma de un partido que se presenta como Copei pero que es una invención sin asidero en la realidad que el votante de la actualidad trilla y sufre sin el auxilio de una brújula. Más aun cuando, por desdicha, Caldera ya no está para meter en cintura a sus vástagos.
Siento lo mismo cuando veo a unos escuálidos y a media docena de barrigones de franela blanca haciendo campaña. Descubro, a simple vista y como si cual cosa, que tampoco se parecen a los grupos caudalosos y aguerridos que caracterizaban al Partido del Pueblo. Pasean el mismo símbolo de la antorcha multicolor y siguen en procura de Pan, Tierra y Trabajo, como las criaturas de la bandería fundacional, tal vez porque sigue faltando el alimento, las parcelas campestres para abonar y el sudor de los cuerpos fatigados, pero también porque no les ha quedado más remedio, ante la falta de ideas, que volver a los gastados rótulos que hace más de medio siglo fueron como un imán para las multitudes. Pero hasta allí: Nada que los relacione con la agrupación de masas creada por Rómulo Betancourt, renovada por CAP (Carlos Andrés Pérez) y llevada al tobogán por Jaime Lusinchi. Ni con los esfuerzos de resurrección hechos después del advenimiento del Comandante Eterno. “Cosas que no son de ley”, como dijo Andrés Eloy Blanco para fastidiar a los muchachos del doctor Rafael Caldera cuando buscaron y encontraron el apoyo de las clases humildes. De Rómulo Gallegos a Bernabé Gutiérrez todo es más que un fiasco, sobre cuya evolución quizá sea mejor hacerse el desentendido.
Mi perplejidad aumenta debido a que veo en las autopistas, y observo y oigo en las cuñas de radio y televisión, las siglas de unos partidos que no existían en el pasado reciente, es decir, hace apenas seis meses, pero que ahora ofrecen villas y castillas para que sus nominados debuten en las curules. Cuando descubro que las viejas toldas de antaño son otra cosa ogaño, el enredo se vuelve mayúsculo al tratar de ponerme en el origen de esta insólita nomenclatura que no guarda relaciones con la tradición política que parece arrinconada para barullo del espectador común y corriente, ni con nada que haya circulado sobre el tapete para conocimiento del público en el último lustro. Pienso primero en el portento de la juventud y en los atrevimientos del pensamiento, lo cual conduce a que me abrace y felicite por las novísimas salidas ofrecidas por la historia cuando la hacen las flamantes generaciones, pero el gozo se va al foso cuando me hablan de unos tales “alacranes” instigados por manos largas y generosas tras el objeto de acabar con las organizaciones creadas por unos líderes que eran jóvenes cuando apareció el Segundo Bolívar, pero que se complicaron la vida criando cuervos y peleándose entre ellos para ponerme en la encrucijada de no saber por quién votar.
O, la verdad sea dicha, de estar seguro de la obligación de alejarme de las urnas. Porque sé, sin necesidad de calentarme el cerebelo, que lo demás es gobierno, y que no votaría por los destructores de la República ni en un instante de insania. La decisión incluye a los candidatos del PSUV, desde luego, pero también a las agrupaciones que les han hecho coro desde la llegada del usurpador. ¿Acaso no son cómplices, antes del nacimiento de los “alacranes”, de la ruta urdida desde las alturas del poder para establecer el continuismo? Los han acompañado calladitos, o con críticas de media lengua. ¿Acaso se han atrevido a aprovecharse de los canales que ofrece una campaña electoral para criticar las aberraciones del oficialismo? Ni con el pétalo de una rosa. ¿Acaso han asomado una idea que los distinga del chavismo? La esperamos en vano. No hace falta un análisis político para mantener frente a ellos distancias sanitarias, como basta la artificialidad de todo, la simulación de todo, la desvergüenza de todo para permanecer en casa alejado de una farsa colosal.
Pero también esperando que los dirigentes de la oposición, que todavía quedan, por fortuna, salgan de su atolladero. Mientras tanto, pienso consultarme sobre la anunciada consulta.
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