Él tiene muchos problemas. Pero tiene uno realmente grave: en un régimen que desde el principio ha fundamentado su existencia en algo tan banal como la popularidad, él es un presidente en el que los ciudadanos no creen y, además, repudian al punto de desprecio. La gente lo escucha en sus interminables y sosas alocuciones y vocaliza su disgusto ante alguien que no ofrece ni ápice de confianza. En amplios porcentajes de la población, la mera mención de su nombre genera una mueca de desagrado. Eso es lo que se trasluce de todas las encuestas, incluso las encargadas por el gobierno a empresas dispuestas a vender su alma al diablo. El finado era capaz de remontar cuestas incluso en las más adversas circunstancias. Su carisma era tal que la gente le creía que todo el sufrimiento causado por graves errores de gestión sería superado. En la curva de matriz de opinión, el finado rozó todo el tiempo el escaño de la fe ciega. Es decir, no fue que el difunto no sabía de los errores que cometía, pero sabía también que conseguiría que la gente lo apoyara, a pesar de los pesares. El actual sabe de sus errores, vaya si lo sabe; y sabe también que su habilidad para convencer con artes de seducción es nula. Así las cosas, lejos de ser un portaaviones para los candidatos rojos, es el beso de la muerte. Si se esfumara al menos por el tiempo electoral, quizás los candidatos del régimen tendrían alguna oportunidad. Cada vez que menciona a algún candidato, le resta puntos.
Las primarias de la oposición completan una fase del ciclo. Ahora hay candidatos para todos los estados. Están listos para la carrera, esperando que suene la señal de partida, mientras los candidatos del régimen están aterrados y seguros que llevan todas las de perder. De hecho, quizás algunos de ellos tendrían mejores posibilidades si él no fuera el presidente o si se «ausentara». El les está costando votos. Es un desastre que él siquiera los mencione. En los espacios de comandos de campaña regionales del chavismo ya se discute abiertamente que estas elecciones no tienen como epicentro los problemas que enfrenta él sino que él es el problema.
Las cifras de participación en las primarias de oposición son un dato importante en el análisis, no tanto por el número en sí, sino porque ese alrededor de un millón de personas que fueron a votar en un proceso de este corte se traduce como la derrota de la anti política. En una situación tan grave como la que vive el país, que alguien se movilice a participar en una elección previa es un gesto extraordinariamente alentador, una señal que los liderazgos de oposición deben saber leer como suerte de mandato: si ustedes no se rinden, nosotros no lo haremos; si ustedes luchan, nosotros también lo haremos; es el voto lo que angustia realmente al régimen, el voto de nosotros los que lo repudiamos y la abstención de quienes alguna vez lo apoyaron y ya no lo soportan. Los votantes que participaron en las primarias fueron, primordialmente, ciudadanos comprometidos con los partidos. Fue un proceso de maquinarias. Eso se debe leer como el fortalecimiento de una institución fundamental en el ejerció democrático: la organización partidista.
Ahora tenemos candidatos que son, según todas las predicciones de los encuestólogos, gobernadores a punto de ser investidos. Al menos 18 ya son virtuales triunfadores. Que me perdonen los que aún motivan a los electores a abstenerse; esa opción, que en otras circunstancias serviría, hoy se convertiría en lo que toda la literatura sobre la materia tilda de «gesto inútil», es decir, que acaba sin reportar beneficios. Los argumentos harto repetidos no carecen de fundamento institucional y hasta moral, pero no ofrecen una opción operativa. En pocas palabras, abstenerse no sirve para cambiar el estado de cosas. Votar es, entre otras cosas, obligar al régimen a salvajizarse más, a desvestirse aún más de caretas. Y forzar a muchos que aún se hacen lo locos a ver al monstruo como lo que realmente es.
Por supuesto que la estrategia no puede tener como único punto de acción las elecciones. Sigue siendo importante actuar en otros órdenes: presión internacional, activación de procesos con foco en las violaciones de derechos humanos, encender las luces sobre la crisis humanitaria en Venezuela, develar delitos de corrupción, narcotráfico y trajines financieros, caos de la economía, etc. Hay que caminar por muchas sendas.
Mientras escribo, el CNE hace circular un comunicado convocando las elecciones. Eso ocurrió por presión, no por respeto a los mandatos constitucionales. No tenemos nada garantizado. Hay que seguir luchando. No sé cuánto tiempo tardaremos en rescatar la democracia y menos cuánto nos tomará recuperar un mínimo nivel de bienestar y decencia en Venezuela. Sé sí que no hacer es el camino seguro al fracaso. Y ese hacer es responsabilidad y tarea de todos los venezolanos, doquiera que estemos.
@solmorillob