Jean Maninat

Providenciales – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Vivimos entre hombres (y mujeres) providenciales. Todos vinieron al planeta con una misión a cumplir, su huella en la tierra no es mero polvo compactado por una pisada, ¡no señor! Es indeleble, cincelada en mármol todos los días por ellos mismos, golpe a golpe, con el mentón apuntando hacia la Historia (así, con H épica) los ojos hirvientes, el dedo índice fustigando el aire; o entornada la mirada y las manos cruzadas sobre el pecho en gesto de recibimiento al abrazo maternal. No importa el trauma ideológico que los empuja, ni son de aquí, ni son de allá, vienen del futuro para redimirnos del pasado eterno en que vivimos, nosotros los necios, encandilados todavía por las sombras de la democracia, como los esclavos de la alegoría de la caverna platónica ante los espectros que ven desfilar en el muro al frente.

Son todos revolucionarios, motosierra en mano para acabar con la democracia que les permitió llegar al poder. No importa el tamaño de los territorios que gobiernan, pueden ser microscópicos lunares en el planeta, vastas extensiones anexionadas con razón o con fuerza, depósitos de riquezas naturales en el subsuelo, o tierras yermas abandonadas de toda gracia de la que haya constancia divina. Nada, nada, está a la altura de sus egos desatados. Son los salvadores, los emisores de la gloria, no simples pasantes por el poder, servidores públicos de quince y último, ingenuos y contentos con cumplir el mandato de la urnas. Representan un estornudo monumental de la Historia, que siempre los absolverá.

Por eso resultan tan peligrosamente divertidos en su paroxismo  -siempre ninguneados desde arriba por los bien pensantes- con sus melenas de leones de utilería, sus trajes bordados de porteros de hotel cinco estrellas, acicalados con motivos de quincallería folclórica autóctona, grandilocuentes, morisqueteros, pero letales a la hora de desmontar la institucionalidad democrática con la furia infantil que destruye ciudades construidas con Lego. (Una ley de 1798 desapolillada para perseguir migrantes adquiere la dimensión -en su delirio refundador- de mandamiento de la Ley Mosaica, y una superprisión distópica se convierte en santuario de peregrinación y selfie  para una alta funcionaria de la ley y el orden del país grandote del Norte). No, nada tiene que ver ni con Orwell ni con su hermano mayor. Es ciencia-realidad.

Pero no crean, como el flautista del Blue Note, atraen multitudes. Millones que necesitan creer, cada quien recita su santo y seña ideológico en voz alta, o lo esconde entre sus libros progres de otrora. (Uf, los de Marx y Mafalda). O como los Magalatin’s borran frenéticos del disco duro toda expresión de arrepentimiento por su reciente entusiasmo electoral antes de que llegue la migra y los descubra. Y ya usted ve, hasta quienes se definen como luchadores de la democracia y la libertad, tienen su santo providencial a quien prenderle velas y pedir sanciones.

De los providenciales líbrame Dios, que de los otros me libro yo…

 

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