Por: Inés Muñoz Aguirre
Comienza una nueva etapa en nuestra vida como país. Un cambio que se debe iniciar con la capacidad de mirarnos los unos a los otros y reconocernos en el blanco, en el negro, en el indio, en el pobre, en el rico. Reconocernos tan iguales y tan diferentes que seamos capaces de entender que todo comienza a partir de nuestra propia valoración. Esa valoración pasa por reconstruir en primer lugar lo que significa el liderazgo. Los Mesías, los fanatismos y las obsesiones por ocultar a todo un país tras el apellido de un hombre no pueden ser los objetivos en un mundo globalizado, en el que todo se construye con la suma de las partes. Debemos trabajar en conjunto porque el voto es el primer ejercicio de la ciudadanía y lo realizamos con el objetivo de elegir a quienes nos representan en los poderes públicos. Elegimos para que trabajen, elegimos para lograr objetivos concretos que nos conduzcan como sociedad a superarnos cada día que pasa. No elegimos para que nos gobiernen, nos ordenen, o nos dominen.
Elegimos para tener hombres preparados cuyos valores les impidan expresarse frente al país a través del insulto, la agresividad y el llamado a la violencia. Tanto los elegidos como los electores debemos aprender de los errores, ser capaces de poner sobre la mesa lo que nos gusta y lo que no nos gusta, despojarnos de prejuicios y de nuestra apetencias personales para reconocer lo bueno en los demás y lo malo en nosotros, porque en ese reconocimiento es que se construye la base para un cambio.
Si elegimos por una mejor sociedad, debemos iniciar el camino para erradicar la concepción de que hay un sector que es tan incapaz, que merece que se le de “todo” lo material a cambio de un voto. Ningún ser humano debe considerarse merecedor de un pago por el ejercicio de sus derechos, sobre todo cuando ese derecho tiene que ver con el ejercicio de la libertad. Por el contrario, el camino que debemos buscar en conjunto es el de la educación, la formación, el rescate del respeto, de los valores, de la profesionalización, de los méritos, la revalorización de los educadores, los maestros, los formadores para que en un trabajo en conjunto nos brindemos los unos a los otros la posibilidad de construir la capacidad de análisis y de razonamiento. Una sociedad que piensa es una sociedad exigente y sólo las sociedades exigentes salen adelante. No podemos creer que las salidas se construyen sobre frases repetidas una y otra vez, los tiempos cambian porque el mundo es dinámico, está en constante movimiento y requiere de acción.
Si elegimos por un mejor desempeño en los cargos públicos, que no se nos olvide nunca más que cada hombre y cada mujer que colocamos al frente de nuestras instituciones y organizaciones recibe un sueldo que pagamos cada uno de nosotros, con los impuestos que entregamos gracias a nuestro trabajo. El que paguemos ese sueldo nos tiene que conducir a exigir el cumplimiento adecuado de sus funciones, la transparencia en sus acciones, la comunicación plural, la preparación para el cargo que le toca ejercer. No podemos repetir el error de rotar a la misma gente en todos los cargos porque ningún ser humano es capaz de saber por igual de economía, medicina o relaciones internacionales. Por algo aquel viejo dicho de “zapatero a tus zapatos”.
Si elegimos por solucionar los problemas económicos, tenemos que entender que es una gran mentira el discurso de “yo te doy” o “yo te entrego”, cada bolívar del cual dispone un gobernante en nuestro país, nos pertenece a todos. Así que incentivar la economía pasa por reconocernos trabajadores, servidores sin complejos, amantes de lo que hacemos. Un país con una economía sana y productiva incentiva la construcción de los mejores hábitos. Nada ni nadie puede razonar que las carencias son motivos para justificar el robo, lo que hay es que propiciar que cada persona sea capaz a través de su trabajo de tener una respuesta concreta a sus necesidades. Querer ser el mejor en la profesión o en el oficio que tengamos es nuestro primer aporte a nuestras propias vidas y al desarrollo. La competencia y la competitividad tienen que ser el principal estímulo para activar nuestras capacidades. Fortaleciendo la propiedad privada, porque cada ser humano honesto trabaja para construir un mejor futuro para sus hijos y sus nietos.Si elegimos por la seguridad, tenemos que preocuparnos por recuperar la autoridad y el respeto por ella. Una sociedad sin autoridad es como un barco a la deriva. La anarquía jamás conducirá a un buen puerto. Tenemos que recuperar la majestad que significa el desempeño de un cargo sobre todo cuando son de exposición pública, porque en ellos se manifiesta la representatividad. El lenguaje, las maneras, las acciones adquieren forma de patrón para la sociedad.
Si elegimos por recuperar nuestro gentilicio, tenemos que apostar a ello, porque se hace urgente recuperar la sonrisa en nuestros rostros, las buenas maneras, la alegría y el optimismo que siempre caracterizó al venezolano. La autoestima es una condición esencial para emprender este largo camino que comenzamos a transitar .Si elegimos por la pluralidad tenemos que exigir que nuestras ciudades sean respetadas, que los muros públicos no son para pintar consignas políticas, que no todos debemos vestirnos de un mismo color, que las obras publicas no tienen porque ensalzar la imagen de ningún particular, porque nos pertenecen a todos, las haya construido quien las haya construido, porque los gobernantes pasan y las obras quedan. Que no se nos olvide que ninguna «mirada» tiene que estar por encima de nosotros porque a pesar de nuestras diferencias, ya que ningún ser humano es igual a otro, estamos en la capacidad y tenemos el derecho de mirarnos frente a frente.
Si elegimos por la libertad pensando en que ella es la que nos permite abordar responsablemente nuestra manera de actuar dentro de una sociedad, entonces tenemos que comenzar por aceptar su verdadero ejercicio, el cual se inicia con el respeto por el otro, porque la libertad aun en su abstracción más pura es tan grande como el universo y va desde el respeto por la autonomía, a la independencia de poderes, como a la posibilidad de elegir cada una de las acciones de nuestra vida sin rendir cuentas por nuestros derechos, a viajar, a divertirnos, a comer lo que queremos, a vestirnos como nos parezca, a opinar o a hablar con quien queramos.
Si elegimos por recuperar la institucionalidad que no se nos olvide nunca más que la misma se construye como garante de la soberanía, que se propongan las leyes necesarias para propiciarle a la sociedad su ordenamiento e independencia en cada uno de los ámbitos que la componen. Que se hagan respetar y cumplir las leyes existentes y sobre todo porque queremos ver a nuestros representantes debatir con altura, con argumentos, escuchando a los demás y dejándose oír. Que cada institución de nuestro país se vista con su personalidad propia para que cada una sea garante de su propio funcionamiento. Esa es la verdadera independencia.
Si elegimos por recuperar la justicia, hay que recuperar la majestad de nuestros tribunales, que quien reciba el nombramiento de Magistrado haga honor a su cargo, que los que estudian derecho sean reconocidos y que sus aulas de formación se caractericen por la ética y los principios. Que la balanza no se incline hacia un lado o hacia el otro porque en el equilibrio está la base de todo. El espacio para la disertación y para el encuentro.
Si elegimos para acabar con la corrupción, tenemos que entender que ella no se trata solamente de aquellos que tienen grandes cuentas, de los que se van del país a disfrutar sus fortunas, la corrupción se gesta en las acciones diarias, en el policía que matraquea, en el que revende los productos, en los que cobran comisiones por prestar un servicio, en el quedarte con las monedas de vuelto porque decides que ellas no valen nada, en el que no reconoce el derecho de sus trabajadores, en el que busca como aprovecharse del jefe porque tiene más. En fin, debemos ver hacia adentro y corregir. En la medida que lo hagamos también estaremos contribuyendo a solucionar un problema que mina las bases y la conciencia de la sociedad.
Si elegimos pensando que todo se solucionará gracias a los elegidos, nos volveremos a equivocar. No hay otro ser que no seamos nosotros mismos que haga el trabajo que nos corresponde en todas las instancias que nos interesa cambiar. No hay nadie que asuma por nosotros la responsabilidad que evadimos. Esta vez elegimos acompañados de la sensación de una última oportunidad. Elegimos a los que les toca legislar. Que no nos ciegue el entusiasmo, que el triunfo de hoy no nos permita olvidar que nada cambia a menos que nosotros formemos parte activa del cambio. Qué mejor ejemplo que lo que se logró con entender que con la participación vencíamos por encima de cualquier discurso, de cualquier amenaza, de todas las dudas.
Ojalá que en respuesta a nuestras necesidades como sociedad nuestros representantes recién elegidos tengan la sabiduría necesaria para extender su manos hacia donde deban hacerlo, y que tomen las decisiones adecuadas, en el momento preciso. Que sus egos no entren nunca más en conflicto con el servicio que les toca desempeñar. Que el poder no los aleje de la realidad. Lo cierto es que por encima de todo, elegimos la oportunidad de cambiar. Los cambios también se construyen con conciencia y paso a paso. Con una reflexión profunda sobre lo que hemos sido y lo que somos. Cambiemos. Llegó el momento de elegirnos a nosotros mismos para resolver los problemas, las diferencias y la posibilidad de construir el futuro que creemos merecernos.