Qué haríamos sin el sentido común

Por: Sergio Dahbar

Pasa todo el tiempo. Aparece de repente alguien que ­con enormes dosis de sentido común­ pone la realidad patas arriba. Es como si sintiéramos la fuerza arrolladora de algo altamente improbable que contraviene todas las creencias aprendidas hasta el momento. Un cisne negro, diría Nassim Taleb. A mí me pasó cuando leí las declaraciones del doctor Juan Gérvas.

Este extremeño reside en Madrid, tiene cuatro hijos y ocho nietos. Ya está jubilado, y ha sido profesor de las universidades de Valladolid, Autónoma de Madrid, en España; y Johns Hopkins, en Estados Unidos.

Hoy en día su pasión es la docencia. Junto con su esposa, Mercedes Pérez, publicó una de esas biblias que deberíamos guardar cerca de la almohada para consultas en urgencias inesperados: Sano y salvo (y libre de intervenciones médicas innecesarias; Los Libros del Lince, 2013).

¿De qué va este libro? Condensa lo sensato del conocimiento científico y de la experiencia clínica de años de práctica en el consultorio de ambos, para advertirle al lector los efectos del exceso de medicación, tratamientos, vacunas, chequeos médicos… Una epidemia que se reproduce como las farmacias abiertas 24 horas para regocijo de hipocondríacos full time.

«Hay que ser prudentes frente a los talibanes de la prevención», alerta Gérvas con gesto descreído de científico. Sano y salvo es un libro que lleva a replantearse la salud y la enfermedad.

Este doctor considera que el sistema sanitario en Estados Unidos causa 225.000 muertes al año. «En España los medicamentos tienen 19 millones anuales de efectos adversos y provocan la muerte de 6.500 pacientes».

No es chiste ni falsa alarma. En Israel investigadores sociales han demostrado que cuando los médicos hacen huelga las muertes disminuyen 45%. Ya se ha comprobado, por ejemplo, que la terapia hormonal sustitutiva para eliminar los síntomas de la menopausia condena a millones de mujeres a sufrir infartos, embolias y cáncer de mama. «Hay 55.000 nuevos casos en Inglaterra».

Una de las frases lapidarias de Gérvas: «En la actualidad se diagnostica antes y más que en el pasado. Pero la mortalidad es la misma». Advertir antes la enfermedad no mejora el diagnóstico de muerte del paciente.

En una entrevista ofrecida por Gérvas al diario catalán La Vanguardia (de la que he tomado muchas de sus reflexiones por considerarlas esenciales) reconoció que muchos cánceres disminuirían con menos radiología y más control de los tóxicos industriales.

Los intereses económicos suelen asfixiar el sentido común. Prosperan más las fantasías de prevención imposible, de intervenciones que no siempre se justifican y, sin embargo, afectan seriamente a los pacientes.

Ante semejante acusación, que valida vacunas necesarias, pero se aleja de aquellas como la gripe, el virus de papiloma humano, el neumococo, el rotavirus o la varicela, por considerarlas puro negocio, el incrédulo se queda con la boca abierta. Hay demasiado médico por ahí a la caza de la hipocondría convertida en venadito.

Imagino ya a científicos refutando al doctor Gérvas con una cruz y una ristra de ajos. Vade retro, Satanás. El problema es que con la pandemia de la gripe A se vacunó a la población sueca para que hubiera 50 muertes menos, pero el resultado fueron 200 casos de narcolepsia.

Asegura que la mayoría de los infartos ocurren en personas con colesterol normal o bajo. Los tratamientos para bajar ese valor sólo tienen efecto en personas que tienen problemas coronarios. En todos los demás resulta inútil o peor: perjudicial.

Por eso recomienda no medirse el colesterol. Más saludable es ser feliz y optimista aunque haya razones en la realidad que indiquen lo contrario. Esa actitud puede añadir ocho años de sobrevida.

Gérvas recomienda la dieta mediterránea: no se trata de tomar aceite de oliva como si fuera agua, sino de alimentarse sobre mantel, con cubiertos y en compañía.

La televisión mientras uno come siempre será nociva.

Un dato final que pone la piel de gallina: «Un TAC representa 750 radiografías en un adulto y el doble en un niño. La radiación que recibió Japón en la Segunda Guerra Mundial equivale a 5 TAC».

Prevenir es bueno, pero exagerar es mortal.

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Un comentario

  1. Sergio: ¡qué maravillosa columna! Comparto TODA tu forma de pensar en el tema! La frase que prefiero es la relativa a «no medirse el colesterol y en cambio ser feliz…aunque no haya muchas razones para ello». Ya sumé los 8 años de sobrevida a mis actuales 76. ¡Gracias!

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