Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
La frase que titula es de Juan Guaidó en su reciente gira por Trujillo, aunque no sé si es exacta, perdí la mínima nota de prensa. Se la hace un hijo o un nieto a un fulano imaginario. Es una frase hermosamente conminativa. Y puede ser terrible para muchos que no tienen respuesta alguna que dar.
Lo que quisiera sacar de ella es simple. Las sociedades normales y prósperas se dividen entre gente que se ocupa de dirigir o debatir la cosa pública, políticos pues, y los que se ocupan de sus cosas, “gente común”. (Para no meternos con sociedad civil, que no sabemos bien con qué se come, y mucho menos la democracia deliberativa de Habermas y otras abstracciones). En algunos momentos ambos interactúan, por ejemplo, en las elecciones. O cuando, como es común, el señor de a pie o de lujosísimo automóvil le menta la madre al político por ser tan bestia, o lo contrario, rara vez. Y en general la mayoría, salvo en esas puntuales ocasiones, se dedica a lo suyo, que es fundamentalmente buscar dinero; unos para sobrevivir, los muchos por este lado sur del planeta; otros para ponerle más ceros a sus ya abultadas cuentas bancarias. Y el mundo sigue su marcha.
Pero hay ocasiones en que las cosas de una nación no son normales ni hay estabilidad material o espiritual, o ninguna. Digamos que se suele llamar crisis. Son muy variadas: conflagraciones bélicas, catástrofes naturales, hecatombes económicas, pestes del cuerpo y del alma, enfrentamientos sociales, tiranías. Se nubla la quietud del mundo. Tiende a romperse entonces la separación entre los políticos y los que no lo son, porque caemos en cuenta de que son tragedias que a todos, querámoslo o no, nos incumben. Las circunstancias nos imponen ser sujetos colectivos, habitantes en propiedad de la polis maltrecha, valga decir, políticos. Argüir en circunstancias tales que eso es solo asunto de gente siempre algo sospechosa, de ese peculiar oficio llamados de políticos, es un acto de mala fe o una forma muy perversa de eso que siempre existe, pero ahora se hace intolerable, que llaman apolítica. Ahí es que entra la pregunta citada del reconocido “por más de cincuenta países” (¿alguien sabe cuántos son con precisión?), y quema. Porque de verdad son las horas más oscuras, un apagón que nos toca a todos y no cesa, aunque ciertamente de muy diversa manera.
Creo que ya dije alguna vez que el país no debe sentirse muy orgulloso de su comportamiento en estos veinte años en que hemos pasado las de Caín, en manos de una caterva de sujetos malsanos de todas las cataduras posibles. Y volvieron leña el país, nada se salvó, desde el petróleo regalo de los dioses hasta el autobús que pasaba por Carapita, de la asamblea del pueblo a la farmacia de la esquina, del cuerpo torturado o abaleado al sistema eléctrico… todo; museos, areperas, hospitales, escuelas, el papel para limpiarse el trasero… todo. Así haya una plétora de luchadores y héroes también.
Dice uno que ha debido haber mayor resistencia. Era de esperarse que los ricos antepusieran el seguir siendo ricos y así ha pasado, salvo muy pocas excepciones. Pero cierta clase media, para la cual el país realmente se puso duro, simplemente se fue, por centenares de miles, en un abandono exprés. O se encerró en casa a maldecir muy privadamente y a proteger los hábitos de consumo y una falaz cotidianidad. Quedan los pobres, las masas, el pueblo. Pero sus problemas son otros y sus opciones muy restringidas, a veces solo maneras de supervivencia, frontera o muerte en millones de casos. O transar con el CLAP y el colectivo o ir a la marcha y mentar madre. Nunca han sido tan visibles las diferencias de clases, las de siempre, como en esta oscurana.
Pero el futuro bloqueado sigue ahí y el llamado a todos sigue ahí. Yo no creo que Guaidó, ni nadie, está pidiendo mártires. Pero sí caer en cuenta de que todos, cada uno con su inalienable conciencia puede hacer algo, lo más que pueda. Congregarse masivamente en Boconó fue una buena idea. O defender la universidad. O juntarse en el barrio o la urbanización para inventar cómo hacemos que vuelva un poco de luz, otros días y otros rollos mejores. Y tantísimo más. No es optativo para nadie, ya no son asuntos de políticos.
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