Si quieren venir… presentaremos batalla – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

«En estos momentos miles de ciudadanos, hombres y mujeres en todo el pais  están  expresando públicamente el sentimiento y la emoción retenida durante 150 años… el hidalgo pueblo tiende sus manos al adversario pero no admite discusión sobre sus derechos que pacientemente y prudentemente hemos tratado de reivindicar por las vías diplomáticas… Los Comandantes en Jefe y el que les habla… no hemos hecho otra cosa que interpretar el sentimiento del pueblo que está acá y en toda la república…. Estoy seguro… que cada uno de Uds., hombres, mujeres, la gran juventud … está sintiendo, como yo alegría y tremenda emoción por este acto… Que la comunidad internacional y nuestros adversarios circunstanciales de hoy comprendan cual es la voluntad…
Pero en el convencimiento que la dignidad y el orgullo nacional han de ser mantenidos a toda costa y a cualquier precio …Yo les agradezco en nombre de las Fuerzas Armadas que son de Uds., no son nuestras, las Fuerzas Armadas pertenecen al pueblo…»

Son extractos de un ridículo discurso. Pobretón y tercermundista. Una farsa brutal. No es de Maduro. NI de ningún generalote venezolano. Tan patéticas frases son del «histórico» discurso del 2 de abril de 1982 del Gral. Galtieri, dictador argentino que, como reza la historia de ese país, metió a ese pueblo cándido en una guerra que es el expediente más lamentable e inmoral de la historia de ese país, la guerra de las Malvinas. No contento con semejante farsa, Galtieri agregó 8 días después  la que se tornara en la famosa frase de la ignominia: “¡Si quieren venir que vengan les presentaremos batalla!”. El resultado es harto conocido. Hay que prender velitas a todos los santos para que ningún país nos declare la guerra, porque la perderíamos en días, horas o minutos.

Mientras escribo estas líneas, tiembla en Caracas. Y lo único que atiné a pensar fue que un terremoto sería la última desgracia que podría ocurrirle ya a nuestra Tierra de Gracias caída en la más absoluta desgracia por obra y gracia del desastre de un régimen que de democrático, decente y competente no le queda ya ni una ñinguita.

No tengo la menor idea de si habrá elecciones regionales. Abundan las razones para dudarlo. Las rectores sabanean y no son más opacas porque físicamente no les es posible. Claro, con el agravamiento la situación en el país, los apoyos populares, los pocos que le van quedando a este régimen, se escurren por las cañerías. A este paso, en una elección el régimen quedaría debiendo votos. Y entonces, ay entonces, ¿cómo explicar esos 8 millones supuestos votos en la elección constituyente que fueron una fina cortesía del CNE?

Entretanto, mientras el país parece las torres gemelas derrumbándose, los enchufados hacen caída y mesa limpia. Buscan mercados nuevos en los que negociar con los dólares baratos que les otorga el gobierno que, por su parte, negocia préstamos con tufo a usura internacional.

Pero el régimen está sorprendido. No consigue diagnosticar de dónde le sale a la gente tanta capacidad para no rendirse, para seguir luchando, para levantarse todos los días. Le fallaron los cálculos. A estas alturas esperaban un país sodomizado. Oh, sorpresa. Algo hace que millones de ciudadanos decidan que no y no se dejen vencer por la adversidad. Como para análisis del «Smithsonian». Y eso me hace volver a la frase de Galtieri, que hoy toma un nuevo significado. Pues sí, resulta que sin armas pero con un incomparable espíritu (que no se compra en ninguna tienda), este pueblo presenta batalla, de ideas, de aguante, de razones. Aquí estamos. De pie. De frente.

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