Publicado en: Tal Cual
Por: Paulina Gamus
De la muy prolífica filmografía de Woody Allen, Días de radio es quizá la más impregnada por la nostalgia que suele estar presente en muchas de sus películas. Es necesario ser un octogenario, como lo es Allen, para entender la influencia que tuvo la radio en nuestras vidas. Cada uno de quienes hemos atravesado esa barrera etaria podemos dar testimonios de lo que significó la radio en nuestra infancia y adolescencia temprana.
Mi primer recuerdo radial viaja hasta 1941, tenía cuatro años de edad, vivíamos en los Jardines del Valle, mi papá oía todas las noches la BBC de Londres en su emisión de habla hispana. Las noticias de la Segunda Guerra Mundial copaban esa emisión. El programa cerraba con Silencio en la noche en la voz de Carlos Gardel. Una de esas noches mi papá me encontró llorando en mi cama, me preguntó el motivo y yo no sabía explicarlo porque ni yo misma a esa edad podía entenderme. Ahora pienso que aún tan niña, percibía el miedo y el dolor de mis padres por lo que estaba ocurriendo a los judíos bajo la bota criminal del nazismo hitleriano.
Terminó la guerra y el segundo recuerdo es mi tío Isaac Gamus, un sirio de Alepo que había llegado a Venezuela en 1929 a los 17 años de edad, sentado al lado de la radio oyendo los debates de la AsambleaConstituyente en 1946. Estaba fascinado sobre todo por las intervenciones de su presidente Andrés Eloy Blanco.
No tenía edad suficiente para interesarme por la política, pero la radio ofrecía atracciones como los conciertos de la Pequeña Mavare, que yo juraba era una niña pero era la orquesta de Juancho Lucena (no sé si padre o abuelo de la infausta Tibisay Lucena). Otra era la radionovela El misterio de las tres torres supuestamente ambientada en el Castillo de Puerto Cabello, la terrorífica prisión gomecista. Lo curioso es que ese drama radial, que mantenía en vilo a millares de radioescuchas, nunca concluyó porque tres de sus libretistas murieron y la misma se tornó sospechosa de traer mala suerte, pava o mabita.
Más adelante, Radio Caracas fue el escenario de A gozar muchachos , un programa vespertino y diario con la orquesta Billo’s Caracas Boys. Allí también llegaban los más famosos cantantes del momento: Pedro Vargas, Leo Marini, Alfonso Ortiz Tirado, Libertad Lamarque, y actuaban en presencia del público que acudía a la sede de la radio.
Radio Continente nos mantenía a toda la familia sentada alrededor del aparato para oír las peripecias de Frijolito y Robustiana, el programa costumbrista más famoso de todos los tiempos, con Ana Teresa Guinand y Carlos Fernández que se pintaban las caras de negro para caracterizar a sus personajes. En la misma emisora se hizo famoso Amador Bendayán con El bachiller y Bartolo y luego La bodega de la Esquina, en ambas con el actor cubano Abel Barrios. Pero nunca algún programa radial produjo la conmoción nacional que logró El derecho de nacer, seguido inmediatamente por las aventuras de Tamakún, el vengador errante.
Con la llegada de la televisión se pensó que había sido decretada la muerte de la radio, pero no fue así. La radio se fue reiventando día a día para ser compañera inseparable de conductores de automóvil y de autobuses, de amas de casa en sus labores domésticas, de obreros, de oficinistas. De pueblos de la provincia en los que la televisión era o es poco accesible.
Surgieron las grandes voces de la radio como la de mi muy admirado César Miguel Rondón, que une esa voz inconfundible a su inteligencia y altura como entrevisador. Los disc-jockey, entre quienes destaco a Napoléon Bravo porque ese fue su comienzo con Sesión beat en Radio Cultura, para seguir con programas amenos e inteligentes como Dos generaciones, Historia fabulada” y Gente en ambiente. La revolución de las mujeres periodistas como brillantes entrevistadoras me impide mencionar solo a unas por temor a omitir a muchas que merecen nuestro reconocimiento. Todas saben cuánto las admiro.
¿Cuál es la situación de la radio hoy a 23 años de la revolución «bonita», la del pueblo, la de los discriminados, la de los pobres y tras nueve años de Nicolás Maduro en el poder?
La mayoría de los más destacados periodistas entrevistadores ha tenido que irse del país por la persecución a que ha sido sometida. Uno de ellos, Roland Carreño lleva dos años en prisión sin juicio y sin que alguien sepa cuál es el delito que se le imputa. Los y las valientes periodistas que se mantienen realizando su trabajo en el país están sometidos a una suerte de ley mordaza que les prohíbe tocar determinados temas. A pesar de tales prohibiciones y amenazas, el régimen —mediante la guillotina llamada Conatel— ha clausurado más de 90 emisoras de radio en lo que va de este año 2022. Solo en el estado Táchira han cerrado 13 emisoras.
Las más importantes organizaciones relacionadas con el ejercicio del periodismo, la libertad de expresión y de los derechos humanos en toda su extensión, han firmado un manifiesto en el que exigen al Estado venezolano:
1. Ajuste la legislación y prácticas a los estándares en materia de derechos humanos que garanticen de forma amplia el derecho a la libertad de expresión, que ofrezca seguridad jurídica y permita el ejercicio pleno del derecho a la defensa.
2. Que Conatel sea transparente, que rinda cuentas de forma clara y precisa sobre el manejo del espectro radioeléctrico como bien público.
3. Que garantice y proteja los principios de pluralidad, diversidad y libre circulación de contenidos, así como generar condiciones de igualdad y equidad para facilitar el uso legal y legítimo del espectro radio eléctrico.
Han cumpido con su deber, pero de allí a ser optimistas y creer que el aparato represivo del régimen cederá, hay un kilométrico trecho.