Por: Carlos Raúl Hernández
Es previsible una amplia abstención en las elecciones del 16-D y en esas condiciones podría pasar cualquier cosa. Las bases melancólicas resienten lo que luce como el naufragio de la ilusión. El caudillo, un paradójico superhombre nietzscheano de color, al parecer mintió cuando dijo que estaba curado. Ahora están desconcertadas por su ausencia y muchos ansían la reaparición espectacular.
La situación de los camaradas es precaria, pese al envión que recibieron el 70. El PSUV es una religión del silencio y los «dirigentes» nacionales y regionales no piensan ni actúan sin autorización. Sus campañas, hoy paralizadas, consistían en que el Comandante les levantara la mano. Además posiblemente exista el plan de «enfriar» el clima para que se imponga el aparato, en esos típicos aditamentos marca ACME del Coyote.
Luce parecido a 2005 cuando la masiva abstención de 75%. En una circunstancia como esa el resultado es impredecible. Se ha dicho que si la oposición no se abstiene en aquella ocasión y se va a fondo, hasta hubiera podido ganar la Asamblea Nacional. Otra sería la historia. Los candidatos y líderes opositores hoy, por el contrario, actúan como lo que son: hombres autoforjados.
Hechos en la adversidad, luchan sin descanso por defender las posiciones ganadas con esfuerzos y sacrificios sin límites. Un amplio desencanto en el electorado opositor que no ha logrado reponerse de la derrota, a lo que contribuyó la prédica, desde ingenua hasta canalla, de la fraudulería y los claudicantes de que habla Jean Maninat.
Mala yerba sembrada como que la MUD o el candidato se «habían vendido», entregado el triunfo para «evitar un baño de sangre». Recientemente alguien dijo con la mayor seriedad, que en una conversación nocturna antes de que Capriles reconociera su derrota, Chávez le había propuesto un acuerdo: «me das la presidencia y te dejo las gobernaciones».
La ausencia del caudillo ablandó el ambiente. Se habla de conversaciones entre dirigentes del gobierno y de la oposición, de indultos, de bajar la crispación, recoger los doberman. Al parecer grupos del gobierno y de la oposición tienen enemigos comunes que pretenden borrar del mapa. La política deja el simplismo de buenos contra malos y vuelve a ser complicada. Ojalá se mantenga así, en el plano de los retorcimientos operativos y no regrese al insulto plano, al cuchillo de carnicero.
El movimiento hacia el totalitarismo a través del sistema de leyes comunales, atormenta con razón a mucha gente, y también a las clases medias chavistas de nuevo cuño. Pero esas y otras varias tendencias contradictorias corren juntas, y coliden. La imposición de algunas liquida otras. Una crisis económica amenaza 2013 con un terremoto, estremecer el piso a ese tipo de propósito político gubernamental.
Hay un progresivo deterioro de la gobernabilidad. Protestas que toman el camino de autoagresiones urbanas, como cerrar vías, fomentar el caos, detener la ya precaria movilidad, ilustran un país sin norte, que eventuales apariciones de los delfines están lejos de llenar. Destruir gobernaciones y alcaldías para sustituirlas por ese caos que amenazan ser los consejos comunales, merecería pronóstico reservado, sobre todo en medio de una elección presidencial, si Chávez saliera del gobierno. Si se le añade la feroz confrontación entre los delfines Cabello, Maduro y Jaua, mucho más.
Esto afecta una estabilización del proyecto totalitario. Y aún más: si no se produjera un entendimiento estructural, un pacto de gobernabilidad entre gobierno u oposición, como en cualquier nación civilizada, peligra la estabilidad y se sabe que ocurre cuando un sistema político se hace entrópico, cuál es la fuerza organizada que toma el control. Para Hobbes el Estado le pone un bozal a las aves de rapiña para hacerlas inofensivas como herbívoros. No puede ser un rapiñero más porque se disuelve la convivencia, se regresa al salvajismo.
La oposición fortalecida en las gobernaciones tendría una carta de negociación muy poderosa. A diferencia del saber convencional, la política es el arte de lo imposible. André Gorz lo resume en una frase irónica con la que titula un capítulo de alguno de sus libros: «se hace lo que se puede». Dice Gehlen que la existencia tiene la extraña y contradictoria propiedad que se desvaloriza cuando no se asumen riesgos. Se asegura la vida biológica, pero se pierden las características propiamente humanas, la capacidad de crear y transformar. Nadie tendría problemas si se quedara en su cama.