Publicado en: El Universal
1. Un hervidero económico, étnico, político, cultural era Roma, la Nueva York del siglo I. En el fragor y la vitalidad esplendorosa de la urbe, pululaban cientos de credos de todos los rincones del imperio y grupúsculos judíos fastidiaban a los paseantes con la inminente llegada del mesías, que cada secta simbolizaba distinto. “¡El mesías viene!”. Para el humor de Monty Python y Terry Gilliam en La vida de Brian (1979), la rama de un árbol, una hoja, algún apero de labranza o roca, representaban al mesías de cada una de las sectas, que odiaba a las demás. Abrumados entre tantos otros grupos, un puñado de judíos gritaban “¡el mesías vino!” y levantaban una cruz. Era el ambiente de aquella megalópolis de un millón de habitantes que sólo alcanza Londres en 1800. Dos mil años después una pregunta se impone: ¿cómo logró la cuadrilla de la cruz en tres siglos, una secta de fanáticos entre tantas, devenir timón espiritual del imperio y hasta hoy de Occidente? Bibliotecas de teología, historia, chismes, biografías, estudios, viviseccionan la Iglesia, pero extrañamente, salvo Karl Kautsky y Paul Johnson no dan relieve al papel desempeñado por la acción la política en semejante fenómeno. Weber, Sombart, Spengler, Schumpeter, Pijoan, la estudian desde muchos ángulos esenciales, pero no valoran ese tema.
2. “El emperador se hizo cristiano” suele ser la respuesta convencional, genealógica al asunto, que no se propone penetrar en por qué y cómo pudo el cristianismo llegar a la habitación de Constantino, la fenomenología política que lo describe, en lenguaje de Hegel. Muchos autores relatan hechos, acciones, sufrimientos, protagonistas, pero no el profundo viraje intelectual y estratégico que hombres de valor se jugaron, a contracorriente de los errores colectivos, para lograr aceptación masiva del cristianismo. Comprender esta dialéctica aclara por qué la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, enraizada en la palabra de Jesús y epicentro de nuestra civilización, es la mayor hazaña política al imperar culturalmente en occidente e influir al resto del mundo, pese a los esfuerzos en contrario hoy de Francisco. Para entenderlo debemos transportarnos a un grupo de hombres rupturistas, conducido por uno excepcional, Pablo, quien marca distancia con una parte del corpus judaico sin romper con este, se arriesga a todo y a fondo, toma decisiones temerarias y geniales para impedir que el mensaje de Cristo se apagara en el torrente histórico como ocurrió con las demás sectas.
3. Lo lleva a lejanos rincones y lo encaminan a la cima del mundo, pese a que un teólogo actual anotó que “…los mayores gigantes de la civilización, Jesús, Buda y Sócrates, no escribieron una página”. Cristo fue líder de masas que arredraban a los romanos y al Sanedrín, comunicador de poderosas y seductoras parábolas de paz y amor a la humanidad. Al no ser un zelote, un judío terrorista radical que quería morir y matar, atraía torrentes de gente común. Saulo nació en Tarso (hoy Turquía) ciudad culturalmente griega. Fariseo ortodoxo de la diáspora, de alta jerarquía académica, es un doctor en la Toráh, que aprendió la Ley de Moisés con Gamaliel Ben Simón, de los rabinos más insignes, como ser discípulo de Karl Popper, Bertrand Russel o Safransky. Un hombre global que conocía entonces griego, latín por ser ciudadano romano, hebreo y arameo. Cazador implacable de judeocristianos, judíos que creían en Cristo, erudito, brillante polemista de pequeños grupos, según sus palabras ver a Cristo resurrecto lo hace perder provisionalmente la vista, pero lo transforma, dijo, de ciego en clarividente.
4. Desgarrado, arrepentido de sus crímenes contra El, decide llamarse Pablo, el pequeño, se va al desierto y más tarde a Damasco a predicar en las sinagogas a muchos judíos que creían en Jesús. Recorre quince mil km. a pie, en barco y mula, como quien dice de Nueva York a Pekín. Activista febril, organizador, propagandista, polemista, un “cuadro” de máximo nivel, filósofo, teólogo, pero también eminente pensador praxistico, descubrió el por qué del “bloqueo”, el rechazo social a su mensaje y a su gente, que frenaba la marcha de la fe. Esta incertidumbre promovió sus cavilaciones y elabora una nueva teoría para la acción que propone una insólita disidencia y que moldea la iglesia en el magma de una apasionada y creadora polémica entre judaizantes y judeocristianos. El mensaje atraía, pero la manera de actuar rechazaba y Pablo comprende y ataca la razón de ese rechazo. Se resiste a que la naciente rama rompa definitivamente con el judaísmo, tronco que le permite predicar en las sinagogas a un público cautivo al que debía ganar para la fe en Jesús, mientras también lucha por franquear la entrada a los gentiles, la gente común.
5. En Damasco lo busca Bernabé y salen a la larga travesía (39-42 d. C) También Timoteo, su amigo íntimo, a quien Pablo circuncida personalmente para evitar habladurías, viaja con él para enfrentar la rigidez de los dogmas dominantes entre los judeocristianos que ahuyentaban a sus potenciales feligreses, los gentiles. Comprende hechos cotidianos que los ahuyentan, comprensión que trasformó la historia. Observó que en las primeras filas de las sinagogas se sentaban judíos de tradición y en las del centro, los llamados prosélitos de justicia, hijos de madre no judía. Cerca de la salida del templo, como outsiders, que estaban sin estar, los prosélitos de la puerta, denominados también temerosos de Dios. Estos eran gentiles que compartían los valores, la ley de Moisés, se sentían atraídos, pero no se convertían por la severidad de la Ley y pánico a la dolorosa y peligrosísima circuncisión con piedras afiladas, que a menudo causaba infecciones y muertes.
6. Con coraje inimaginable, Pablo plantea la ruptura con una de las columnas del judaísmo, la explosiva tesis de que los no circuncisos que cumplieran con la Ley mosaica, también eran judíos y propone abrir las puertas a la gente común, con gran perturbación de radicales judaizantes y judeocristianos, sacudidos por decisión tan heterodoxa y divergente. Para el escándalo general, propone eliminar el requisito de la circuncisión para ser parte de la iglesia. Ante la gravedad del caso, las autoridades religiosas convocan de emergencia el primer Concilio de la historia en Jerusalén (50) y conminan a Pablo a presentarse. Allí él y Bernabé explican: si no revolucionan la relación con la gente común, seguirían siendo un pequeño grupo cerrado. Pablo dramáticamente no cede y Santiago el Menor inclina la votación a favor de la heterodoxia. La derrota de los “duros” relaja la práctica de la Ley de Moisés y comienza la de Jesús y el cristianismo, aunque solo a fines del siglo II se consuma el deslinde definitivo.
7. El politeísmo greco-romano contaba sugerentes diosas demasiado humanas Hera, Atenea, Afrodita, que despertaban ensoñaciones. La apertura paulista no propone nuevas deidades, pero sí santas que suavizan y feminizan el credo (y santos), el culto a la Virgen, necesarios componentes, y la Santísima Trinidad. El feroz e innombrable Javhée, ojo aterrador del universo judío, da paso al Corazón de Jesús, al Cordero que se sometió al horror para salvarnos y ese camino político conducía a Roma. La imagen de Jesús se universaliza con el Nuevo Testamento, cuyo canon lo decide Ireneo de Lyon en 177 (+ -) a 144 años de la crucifixión y 107 de la muerte de Pablo. Ireneo afirma que escogió los evangelios que resplandecieron entre doscientos que colocó sobre una mesa. De los 27 libros que integran el Nuevo Testamento, 14 son las Cartas de Pablo, y de sus ideas se elaboran tres de los cuatro evangelios que resplandecieron por el talento político de su autor e inspirador, y la sagacidad de Ireneo. Así 20 de los 27 textos del Nuevo testamento tienen la impronta de Pablo. El cristianismo pasa a ser un corpus teórico y amable de poder, no una secta feroz e impenetrable.