Una persona se puede sacrificar por un país. Un país no puede sacrificarse por una persona. Parece un juego de palabras, pero no lo es. La palabra sacrificio proviene del latín: “sacro” y “facere”, es decir, “hacer sagradas las cosas”, honrarlas, entregarlas. Una de las acepciones del diccionario de la RAE establece que sacrificio es «acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor». Así las cosas, el concepto de sacrificio supone que existe un lazo fuerte entre quien se sacrifica y la razón del sacrificio.
El Libertador jamás pidió que se sacrificaran por él. Y, a pesar de su tozudez (que vaya si era terco y empecinado), cuando entendió que imponerse era volverse más obstáculo que camino abierto, se retiró. Muy en el lenguaje de sus tiempos (hoy sonaría pastoso y rimbombante), todos aprendimos muy pequeños en la escuela esa frase en su última proclama dictada a su sobrino Fernando: «¡Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro!».
Aún los historiadores no concuerdan en si Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios tuvo razón o no. Pero, en política, como en muchos otros asuntos, no basta con tener la razón; es indispensable que la razón sea otorgada y, además, que pueda ejercerse.
Mucha sangre ha corrido en Venezuela. Y concordemos en que no queremos más olor a pólvora ni más reguero de sangre sobre el asfalto. Este lío lo tenemos que arreglar por las buenas o por las buenas. Porque por las malas, todos, sin excepción, seremos perdedores, incluso los zopencos que hoy nadan en bañeras con espuma.
Repito: Una persona se puede sacrificar por un país. Un país no se puede sacrificar por una persona.
No es imponerse, a juro, porque sí. Esto no se trata de cancioncitas o jingles. Quien eso crea, se pasó tres pueblos. Lo que está ocurriendo es grave, muy grave. El pueblo (y pueblo, por cierto, somos todos) ha sido la principal víctima. No se le puede pedir que sea carne de cañón. Esto no puede ser una página en versión criolla de El Flautista de Hamelin.
Los políticos tienen que tener visión. A saber, ser estadistas. No hay que preguntar cuántos se van a sacrificar y hasta dónde llegará su sacrificio. Hay que preguntarse cuánto me voy a sacrificar yo. El «nosotros» y el «ellos» tiene que privar sobre el «yo».