Por: Jean Maninat
La visita de dos días que realizó la misión de Unasur a Caracas, creó un cúmulo de desaguisados y sinsabores del cual salió beneficiado el gobierno venezolano y dejó más que maltrecho al flamante secretario general de la organización subregional: Ernesto Samper. Como un elefante en cristalería, el expresidente colombiano se abocó a demoler la poquísima credibilidad que le quedaba a la entidad que dirige y echó por la borda una posibilidad cantada para otorgarle algo de prestigio. Cuesta imaginarse que alguien que haya sido presidente de un país tan complicado para gobernar como lo es Colombia -independientemente de la valorización de su gestión- pueda lucir tan amateur, un simple aficionado, aún en su empeño de favorecer el relato golpista del presidente Maduro.
Su comparecencia ante los medios, su primer informe sobre la misión que cumpliría la troika de cancilleres, debería ser estudiada en las escuelas de diplomacia en un taller bajo el título de: Manual para meter la pata hasta la barbilla. Su enérgica advertencia de que Unasur no avalaría ninguna alteración del hilo democrático -con voz fuerte y marcada de gamonal- contrastó con el riachuelo de voz que de seguidas le salió de la garganta, para afirmar que gracias a la división de poderes que habría en Venezuela, indagarían acerca de algunos «hechos judiciales» de conocimiento público, para referirse al encarcelamiento de líderes políticos y alcaldes opositores. La cara de vergüenza contenida de la canciller colombiana, María Ángela Holguín -obligada por las circunstancias a flanquear el bochorno- debería también ser estudiada como un delicado y airado ejemplo de contención diplomática.
El ahora abollado secretario general llegaría tan lejos en sus despropósitos, como para vaticinar que las elecciones parlamentarias se llevarían a cabo en septiembre, y luego farfullar excusas en un nuevo episodio de torpeza. Hay una interrogante que ronda las cabezas de muchos en la región: ¿Cómo se le ocurrió al presidente Santos promover a semejante personaje para la Secretaría General de Unasur? ¿No se percataría de que iba a desenterrar un pasado turbio y un presente sin visa para un sueño, como diría Juan Luis Guerra.
Probablemente se tenga el cerebro intoxicado por los trece capítulos de la última temporada de House of Cards, pero llega uno a pensar que se trata de una diabólica jugada del presidente Santos -al mejor estilo de Francis Underwood- para terminar de minar a la Unasur, y de paso ahorrarse las cuotas en dólares para pagar el oneroso -y arquitectónicamente refinado- elefante blanco que le sirve de sede, catorce kilómetros al norte de Quito. Viendo lo acontecido, no hay otra explicación.
Es muy probable que Unasur siga funcionando, es el tipo de institución que una vez puesta en marcha, se da cuerda a sí misma para sobrevivir más allá de su eficacia real. Por los momentos, no cuenta con un secretario general imparcial, sosegado, profesional y prudente a la hora de intermediar en cualquier conflicto. Eso que los anglosajones llaman un «honest broker», algo así como un intermediario confiable. Ya hay suficientes entidades regionales y subregionales, con mandatos que se superponen y, en su gran mayoría, no logran llenar el vacío que su creación pretendía subsanar. La OEA -de aceptarse el reintegro de Cuba a su seno- será el organismo más representativo de la diversidad regional y pondrá a la Celac en un aprieto a la hora de reclamar una mayor representatividad.
La Unasur volvió a perder el tren de la pertinencia y la confiabilidad. Antes de partir sus emisarios de Caracas, anunciaron que acompañarían el proceso electoral de las parlamentarias. Haría falta pedirle a la OEA y otras entidades regionales como la Unión Europea, que se incorporen también a la tarea y rogar al cielo que Samper no pase en esos días por Caracas.
@jeanmaninat