Por: Jean Maninat
Es una red de artistas jóvenes que tratan, en Cuba, de hacer lo que es normal en cualquier sociedad con un mínimo de espacio libre para manifestar la capacidad creativa de sus ciudadanos, que expresen su visión del país en que viven tentando la incierta creatividad artística. Es una prueba de empuje cultural, de fuste vital, algo que valorar como patrimonio de la nación. Pero no es así en Cuba…
El “socialismo cubano” que a tantos encandiló en su momento tiene un prontuario de enconada lucha en contra de la libertad de creación. Está en su ADN, inyectado en sus células madres desde los inicios del proceso revolucionario, “… dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada…” sentenció Fidel Castro en sus Palabras a los Intelectuales pronunciadas en 1961 en una reunión en la Biblioteca Nacional con la crème de la crème intelectual cubana del momento. Se cuenta que el poeta Virgilio Piñera dijo que él debía hablar de primero porque tenía miedo.
Miedo también tuvo –con razón póstuma- el también poeta Heberto Padilla cuando presionado por esbirros políticos a las órdenes de comisarios culturales se desdijo de su obra y denunció a sus pares como contrarrevolucionarios. No sobrevivió a su flaqueza, y dejó constancia de su martirio y su infierno personal en sus memorias maliciosamente tituladas, La mala memoria.
Luego de la debacle moral que causó el “caso Padilla”, muchos intelectuales latinoamericanos habrían de desdecirse de sus objeciones en nombre de no “hacerle el juego al imperialismo”. Otros ya no retornarían a lo que se había transformado en una ilusión juvenil, marchita y amarga.
Siguieron las persecuciones y las miradas veleidosas hacia las playas de Varadero. Y en el plano artístico oficial la alegría dicharachera y montuna del Son Cubano, fue suplantada por la políticamente correcta Nueva Trova Cubana la cual, by the way, compuso algunas grandes canciones y algunos grandes amores cobijó, pero sacrificó el jacarandoso esplendor del pentagrama cubano. La música en la isla se hizo plana, verde oliva, con algunas explosiones como Los Van Van y sus músicos de exportación con un oído en la clave y los ojos en las posibilidades de asilarse en el primer puerto posible.
Tendría que llegar un guitarrista gringo, Ry Cooder, para desenterrar a unos veteranos y luminosos músicos (a nuestra edad no hablamos de ancianos) que habían sido lanzados al ostracismo musical porque unos burócratas culturales y sus jefes habían decidido que la música tradicional cubana era decadente por estar anclada en el pasado prerrevolucionario. ¡Bendito!
Y explotó Chan Chan amarrado a la voz de Compay Segundo y un mundo señorial se abrió para recordarnos que Ella cantaba boleros. Cuba era musicalmente mucho más que el agresivo y obsecuente estribillo de: “El que asome la cabeza Fidel, plomo con él”. Era también la maravillosa cadencia de Ibrahim Ferrer casi suspirando, “Dos Gardenias para ti…”, y Omara Portuondo celebrando un amor fallido, “Que te importa que te ame si…”. O la solidaridad del solar con Tula y su cuarto que cogió candela. Cuba, la isla, regresaba al mainstream musical de la mano de quienes nunca debieron haber sido proscritos de su oficio vital. Y muchos afuera, agradecidos, descubrieron la tumba de Arsenio Rodríguez.
Denis Solís, un rapero cubano contestatario -todos lo son- fue apresado luego de un altercado con la policía y condenado a ocho meses de cárcel tras un juicio sumario. Esto disparó las protestas del grupo San Isidro, huelgas de sed incluidas por otros artistas solidarios. Y una persecución y allanamiento de la sede en la Habana Vieja. Denis tan solo compone e interpreta rap, nada más establishment en el mundo libre a pesar de los piercing y los guindajos dorados que adornan el oficio. Denis se la juega.
Dos cosas llaman la atención: el miedo de la nomenclatura cubana a la cultura, pues que un rapero como los hay miles de miles en el mundo cause tanto temor a una nomenclatura tan avezada resulta curioso. Y que los líderes políticos de la izquierda populista internacional, digamos, Pablo Iglesias, entierren sus cabecitas en la arena de la obsecuencia a un fantasma comunista barbado para no darse por enterados de estas tropelías, o las de Venezuela y Nicaragua.
San Isidro es la boya multicolor anclada en la Habana Vieja para recordar nuevamente el monumental fracaso histórico de la revolución cubana. Un rapero la ha incomodado. Vendrán otros.
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