Publicado en Noticiero Digital
Por: Ismael Pérez Vigil
Voy a contarles una novela de Saramago, “Ensayo sobre la lucidez”. (Alfaguara, mayo 2004), pertinente con lo que vivimos sobre las elecciones de alcaldes.
Esta novela de Saramago se desarrolla en la misma capital en la que −según la historia que se narra y otra novela anterior− cuatro años atrás la gente se quedo ciega. En esta ocasión se celebraban unas elecciones y la gente, sin ninguna razón aparente, sin ningún estimulo externo, en un día muy lluvioso, tormentoso, llegada la calma, fue a votar. Pero no voto por los partidos tradicionales de derecha, de centro o de izquierda, tampoco voto nulo, voto masivamente, pero voto en blanco.
Amparados en cualquier subterfugio de los que siempre encuentran los que ejercen el poder, las elecciones se repiten una semana más tarde, con idéntico resultado, nuevamente la gente vota en blanco. Acuden masivamente a votar pero votan en blanco. La novela transcurre entonces narrando todas las peripecias del Gobierno, del poder, para tratar de descubrir la “conspiración” que, seguramente, esta por detrás de este acontecimiento. ¿Quién ha urdido toda esta conspiración? Porque sin duda la hay. Hay que descubrir algún enemigo a quien hacer culpable. Todos sabemos que cuando se buscan conexiones entre las cosas, se acaba encontrándolas y por todas partes, entre lo que sea. Se vinculan por analogía y no hay reglas para decidir si una analogía es o no es valida; después de todo, desde que se invento la dialéctica y ahora la globalización, cualquier cosa guarda una similitud con cualquier otra, desde algún punto de vista.
Así, el Gobierno de esa ciudad, como cualquier Gobierno, construye unos culpables, los acusa por la prensa, publicando sus fotos. Pero, alguien decide contar la historia verdadera y logra, a pesar del estado de sitio y la censura de prensa, que esta se publique. Ocurre entonces algo asombroso, que de alguna forma −para mi− es el meollo de toda la historia y de la novela. A pesar de que el Gobierno recoge la edición del periódico en el que se publicó, la historia verdadera comienza a circular, profusamente, en todas partes, y en palabras de Saramago: “Resulta que no todo esta perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay.” No espero una votación masiva el 10D, ni tampoco que nadie relate la historia. Pero si es válida la lección que Saramago nos quiere trasmitir en su novela.
Saramago dice: “La ciudad ha tomado el asunto en sus manos”. Esa es la clave. El pueblo, la gente, los ciudadanos, resuelven las cosas cuando de verdad las toman en sus manos. En política esto es, para muchos, un romanticismo; hasta para mi lo era, hasta que uno va llegando al convencimiento, por las fracturas internas de la oposición, de que no queda más remedio que las cosas vuelvan al nivel del pacto originario, ese que es necesario reestablecer entre ciudadanos y políticos.
El día 15-O, a pesar de la abstención y el fraude, millones fuimos a votar, en ambos lados de la acera, por ambas opciones, ¿Cómo negarlo? Pero el 16 fue por demás evidente que nos hayamos sin conducción política. Nadie en la dirección opositora ha venido con un tardío y valiente análisis a reconocer un fracaso. Ni de los partidos, ni los políticos, pero tampoco de la sociedad civil; nadie salió a protestar… ni a celebrar. Ni en ese día ni en los siguientes, hasta hoy. Como en la novela de Saramago, en donde nadie se atribuyó el triunfo arrollador del voto blanco, simplemente ocurrió. En la novela de Saramago nadie asumió tampoco la gloria de reproducir la historia verdadera y comenzar a repartirla, simplemente ocurrió. Aquí no es así, no hubo la votación masiva ni la narración o reflexión sobre los hechos, pero el resultado final es parecido: hay, como diría Saramago y he comentado antes, “… un corte de energía cívica”. Algo espeso en el ambiente, algo se ha roto, la confianza básica en el voto ha desaparecido.
Lo dicho otras veces: El voto nos une a sociedad civil y ciudadanos con partidos y políticos; pero al mismo tiempo nos separa. Para los partidos y políticos el voto es fuente de poder y legitimación; para los ciudadanos y la sociedad civil es fuente de representación y control. Como nunca en las próximas elecciones de alcaldes esos dos objetivos se van a enfrentar y mostrar sus incompatibilidades.
Los partidos usualmente son los que tienen los candidatos y ejercen su libertad para decidir si continúan o no en el proceso. Esta vez decidieron, como en el 2005, no participar. Sin embargo tienen candidatos. Y eso es porque saben −espero− que no participar es poner de lado uno de sus objetivos fundamentales: La conquista del poder mediante el voto. Para algunos candidatos es incluso algo más, es dejar de lado una buena parte de su razón de ser, de su modo de vida.
Ellos, los partidos, tienen la maquinaria, tienen los candidatos, tienen el poder de negociación formal como actores del proceso… pero no tienen los votos. Los votos los tenemos los ciudadanos; de manera dispersa, poco articulada, con poca o ninguna sincronización, pero allí están. Si bien muchos no están para nada convencidos de acudir a un proceso en el que no se le asegura que su voto tenga algún valor. Otros, por el contrario, no estamos dispuestos a que se nos arrebaten nuestros espacios de ciudadanos, esos donde convivimos, donde tenemos nuestro primer contacto con el poder, donde manifestamos nuestras protestas. Allí reside, para mí, el valor del voto en esta ocasión. Ese es el drama, que está −creo yo− lejos aun de ser comprendido y asimilado.
El ciudadano no tiene la “maquinaria” para promover candidatos; ni poder demiúrgico o dedo mágico para ponerlos o quitarlos. Pero tiene el voto y ese es su patrimonio que no puede perder y ya parece obvio que si él no lo defiende, nadie más lo va a hacer. En otras palabras; nadie va a llamar a “las masas a la calle a defender la justicia de una causa” en caso de que se produzca un nuevo “arrebatón” electoral.
Por lo tanto, lo que no defienda el ciudadano en su propio espacio, en su mesa de votación, en su centro de votación, en su municipio, nadie −de manera colectiva− lo va a defender, ni antes ni después. Cruzarse de brazos y entregar las alcaldías no es la solución.