Por: Jean Maninat
Así reclamaba el mejor de los mejores soneros, Ismael Rivera, para dejar constancia de su insatisfacción con las comunicaciones intergalácticas de entonces. “Onda corta y onda larga todo lo hemos tratado ya, y qué es lo pasa, que ignorándonos están” deslizaba su súplica, similar a la que muestra hoy la oposición díscola venezolana cada vez que intenta un toque de queda (perdón, es un toque de bola) y le sale fallo, cuando ni el gato que está en la oscuridad le hace el mínimo caso y no sale ni a maullar estridentemente.
Los llamados a los “sectores populares” para que cobren conciencia de su pertinencia para el cambio -en medio de los reclamos que les hacen sus pseudo propietarios para que mantengan su carné de fidelidad chavista- han caído en el vacío de la sobrevivencia diaria. Nadie puede explicarse -ni adentro, ni afuera- la docilidad de las grandes mayorías, el supuesto motor de la historia según las pamplinas del populismo de inspiración marxista, convertidas hoy en una larga fila de espera mendicante. Cualquier reportaje de los medios de comunicación internacionales sobre Venezuela contendrá las expresiones de frustración, dolor y rabia de tantos entrevistados al azar, pero ninguna muestra de simpatía por los factores que promueven el cambio. La soledad de la Plaza Altamira, es el síndrome acompañado de nuestros tiempos.
El mantra va y viene, muta de acuerdo a las circunstancias de cada pregunta, contiene todas las posibilidades de una respuesta, un alibi que abre todas las puertas, menos la que promete abrir. El todo vale, para satisfacer a todos -y no dejar contento a ninguno- es una prédica que se desgasta a medida que no se ve ni el queso ni la tostada. Hoy nos sentamos a parlamentar en Oslo, cuando ayer nos arrimamos al Pentágono, y anteayer nos persignamos con fervor en una misa por la paz entre los humanos. Mientras todo vale, nada queda.
No hay pausa, una mínima reflexión, una rendición de cuentas frente a los accionistas que tantas de sus expectativas han entregado. Al fin y al cabo cuando se está imbuido de una misión transcendente poco importan los resultados, es suficiente dejar constancia del esfuerzo hecho, del empeño, así sea en el error. El objetivo es todo, y todos los medios emanan de él. Una especie de motor inmóvil que ni tan siquiera tiene repuestos usados para repararlo.
Ya es tiempo de asumir las consecuencias, responsablemente, de cada salida política disparatada, y de cada entrada resguardada a la residencia de una embajada a nombre de un capricho personal cualquiera. Pero, también, es momento de que la dirigencia democrática opositora salga de su ensimismamiento, de dejarse apabullar por los decibeles radicales, y provocar por cuanto quítame la pajita del hombro si eres macho le arroje la nomenclatura en el poder.
“La energía la tenemos y se está agotando ya, ¿y qué es lo que pasa? Que ignorándonos están”. Satélite llamando a control, no responden.
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