Publicado en: Analítica
La negociación, según el art. 33 de la carta de las Naciones Unidas, es uno de los principales métodos para la solución de controversias internacionales, salvo -claro está, los mecanismos judiciales del arbitraje o el recurso a la Corte Internacional de Justicia.
En el derecho interno de las naciones muchos conflictos se resuelven, bien sea por la negociación directa de las partes, o asistida, a través de la mediación y la conciliación. En caso de no lograrse ningún acuerdo voluntario, se recurre a las soluciones arbitrales o judiciales.
En los conflictos políticos internos, la vía normal de dirimirlos en democracia, es a través de elecciones. En el caso en que por la naturaleza del régimen esa vía no sea posible, o no sea creíble, hay dos grandes soluciones, o se intenta resolver el conflicto por vía de negociaciones asistidas por países amigos de las partes, o suele ocurrir que de no ser eso posible, la alternativa más corriente sea la guerra.
Lo increíble de la situación actual en nuestro país es la condena, a priori, de la utilización del mecanismo de la negociación asistida, por parte de algunos dirigentes políticos, así como de algunas personalidades internacionales.
Una negociación es un proceso sistémico con el que las partes pretenden obtener un resultado lo más cercano a las exigencias o intereses que desean lograr o preservar. No se puede esperar que una negociación produzca, en un solo episodio, una solución satisfactoria para las partes en litigio. Eso solo se alcanza cuando una de ellas ha sido previamente derrotada, como fue el caso del Tratado de Versalles en la Primera Guerra Mundial.
Si ninguna de las dos ha podido derrotar al contrario, y no se ha recurrido a la guerra civil, como fue el caso durante 50 años en Colombia o en Centroamérica, la solución más eficiente es que las partes sean asistidas por terceros de buena fe.
Por eso, cuando vemos la virulenta condena que algunos lanzan, con su buena dosis de vitriolio, contra la negociación y/o los negociadores, es justo preguntarles, ¿si no se explora esta vía cuál es la que recomiendan’, ¿la guerra civil? ¿la intervención militar extranjera? ¿o una solución mágica que nadie ha sido capaz de explicar en qué consiste?
Resulta evidente que hay que darle una oportunidad a las soluciones pacíficas para así evitar que no haya otra opción que la conflagración. La que a larga no beneficia a nadie y que a término inexorablemente, en la mayoría de los casos, termina solucionándose en una mesa de negociación.