Jean Maninat

Sentado en el muelle de la bahía (bis) – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

I’m sittin’ on the dock of the bay

Watchin’ the tide roll away

I’m just sittin’ on the dock of the bay

Wastin’ time

Otis Redding. (Sittin’ on) The Dock of the Bay.

Las situaciones extremas alteran los sentidos, confunden la rutina cerebral, aumentan las pulsaciones y, a veces, producen alucinaciones; sus síntomas se agravan cuando los depositarios de los desvaríos los confunden con la realidad. Es una condición que escapa las circunstancias socio-económicas de los afectados, incluso su abolengo… cualquiera puede fabricarse un bicornio napoleónico con un periódico de ayer.

Uno puede observar que nuestros entusiasmados expats no son todos unos faltos de instrucción –que los hay, en todas partes, convengamos–, algunos hicieron sus estudios, cubrieron su parcour académico por Europa y Norteamérica, incluso estudiaron en universidades de prestigio internacional. No sufren de desnutrición crónica -no los verá usted escarbando la basura en sus urbanizaciones- muy por el contrario, lucen bien alimentados, con la piel rozagante de quien almacena suficientes proteínas en el organismo. Si llegan a hacer cola, es para pagar sus compras en Whole Foods, Trader Joe’s o alguna delicatessen de moda entre sibaritas de esforzado buen gusto.

¿De dónde viene su desconexión de la realidad? En algunos casos es producto de un celo policial, de pasar horas incontables en las redes sociales, cazando la menor inclinación entreguista para denunciarlo, sacrificando horas preciosas que de otra manera habrían podido dedicar a indiciar paisanos y vecinos de ser miembros del Ferrocarril de Valle de la Pascua. Pero… indagar y condenar en las redes es el resurgimiento contemporáneo de la Inquisición católica, o de la cacería de brujas de la Reforma protestante y tiene lo suyo.

Hay mentes aguzadas, lúcidas y fértiles, que empiezan a patinar ante la obstinación de los hechos, frente a la desatenta insistencia de la realidad en no darles la razón. Fracasadas las salidas voluntaristas, agotados los “esto llegó a su final” en sus infinitas variantes de la fe, la mirada impaciente se torna hacia el amigo americano, junto a quien se librará –una vez más– la batalla final del bien en contra del mal. La intervención exterior es el nuevo objeto transaccional -el dedo reencontrado de mamá para caminar con confianza- ya sea en la versión neurocirujano de la intervención quirúrgica o la odontológica de la extracción in situ.

(En Días Malditos, (Un diario de la Revolución), el escritor ruso Iván Bunin, relata el avance bolchevique en los años 1918 y 1919 en las ciudades de Moscú y Odessa. Ante el proceso de confiscación material y espiritual de la sociedad rusa, muchos intelectuales se entregaron a las más disímiles ensoñaciones, intercambiando falsas noticias acerca de inminentes invasiones, por mar y por tierra, de los alemanes, de los ingleses, o el ataque imparable de algún encopetado general de los menguados ejércitos de los Rusos Blancos).

Sí alguna vez pudiéramos hacer sorna de los días malditos que nos ha tocado vivir, seguramente recordaremos las delirantes exhortaciones de la oposición extremista a una intervención foránea, y los folclóricos “ejercicios militares” de unas supuestas milicias populares oficialistas para enfrentarla. Aló, aló, me copias Radio Rochela.

Seguirán, como el gran Otis Redding cantó, sentados en el muelle de la bahía, perdiendo el tiempo viendo las olas pasar

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes