Soledad Morillo Belloso

Sesenta y nueve – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Cumplir 69 años es como convertirse en el protagonista de una película de aventuras donde cada arruga es una cicatriz de batallas y cada cana un trofeo. Es un carnaval de memorias y sueños, donde uno aprende que la vida es una fiesta que nunca se detiene, sólo cambia el ritmo de la música.

A los sesenta y nueve, la sabiduría no vence al deseo de no tomarse la vida demasiado en serio. Es reírse a carcajadas de los errores cometidos (y de los que aún están por cometerse).

Es saber que no hay prisa, que todo tiene su momento, y que es perfectamente aceptable comer helado para el desayuno.

Y claro, la piel puede haber perdido algo de su elasticidad, pero el espíritu es tan flexible como un acróbata de circo. Es una época para redescubrir pasiones olvidadas y para inventar nuevas travesuras. Es decir sí a las aventuras espontáneas y no a la monotonía.

Es el momento de ser el narrador más ingenioso en las reuniones, de contar anécdotas con un toque de exageración y un guiño cómplice. De hacer de cada día una oportunidad para aprender algo nuevo, incluso si es sólo un dato curioso sobre los pingüinos de Nueva Zelandia.

A los 69, uno tiene la licencia de ser excéntrico, de vestir como se me pinte la gana y de bailar sin preocuparse por lo que piensen los demás (“¡ella, pobre, se volvió loca!”). Es vivir con el espíritu de un eterno adolescente, pero con la tranquilidad de quien ha recorrido un largo camino y que sabe que más vale tener buenos zapatos, porque aún hay trecho por andar.

Cumplir 69 años es como montar en una montaña rusa construida con recuerdos y risas. Es despertar y descubrir que los años no son más que cifras en el calendario de la vida.

A los 69, uno se convierte en un experto en el arte de disfrutar un buen café, en el placer de una conversación sin prisas, y en salir de casa y a los minutos no recordar qué era lo que tenía que comprar en el mercado.

La piel puede mostrar la geografía del tiempo, pero el espíritu sigue cantando sin parar. Es el tiempo de saborear cada anécdota, de reírse de uno mismo a carcajadas y de abrazar la vida con la misma pasión que se tiene por un buen pedazo de torta de manzana.

Es una época para reírse de uno mismo. A los 69, es el momento de pensar, hacer y decir disparates, sin tener que explicarlos a nadie. Es vivir cada día como si fuera una fiesta sorpresa.

Y sí, a los 69 años el universo me ha dado permiso para varios y sucesivos ataques de locura.

 

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