Por: Jean Maninat
La verdad es que a uno le provoca hacer un poco de agitación y propaganda a favor de ir a votar el 9D en las municipales, recalcar lo tantas veces esgrimido de no detonar más aún el ánimo electoral, de no crear falsas expectativas y alimentar nuevos desfallecimientos, en fin, de tratar de clamar en el desierto de la oposición electoralmente postrada. Pero…
¿Vale la pena insistir en que lo pertinente habría sido convocar a votar para defender los municipios? Que no es sabio -ni sabihondo- abandonar a los vecinos en sus municipios a la mala de Dios a nombre de un -sí ya los sabemos, no es ni siquiera mágico- 10E, cuando comenzaría el juicio final que todo regeneraría al toque de campanas anunciando una nueva época. Pues no queda de otra, ya que así nos corresponde a quienes creemos que mejor es votar -aún en difíciles circunstancias- que abstenerse a nombre de una improbable “transición automedicada” que no tiene quien la valide en el dispensario de la acera de enfrente. Es, simplemente, una ficción de autoayuda, sin fuerza real, y moteada por la nubes de Calder que tanta quimera han observado desde su maravillosa inmovilidad acústica.
El 10E ni siquiera es cabalístico, no contiene designios, ni siquiera pitagóricas certezas, o sorpresas en su formulación, es tan solo la reiteración de la inmensa capacidad de lo que fue una potente posibilidad de cambio para auto engañarse. Por supuesto, celebramos la Unidad, las renovadas ganas de reencuentro, el entusiasmo gaitero que se desinfla apenas se entrompa la Plaza Venezuela y se constata que todo sigue igual. Pero, qué más da, son tiempos de reencuentros y cánticos de amor fraternal tropicalmente nevados.
Los grandes ausentes del Tour de la UCV y sus magníficas joyas arquitectónicas, fueron quienes se preparan para defender lidiando, pateando la calle real de las exigencias vecinales, llamando a votar por sus municipios. Pero no hubo ni siquiera un deseo de buena suerte en gesto de laica y democrática convivencia; o un llevan mi bendición cristiana e inclusiva, pero es cierto, en tiempos de cruzadas el cuello romano aprieta y también ahorca.
El día después del 10E será una jornada más de susurrante expectativa, y luego la gente de oposición regresará a lo suyo, sin embajadores empacando felices sus cosas para regresar a sus capitales, ni desconocimientos masivos en la ONU, y no digamos en la OEA; los corresponsales del radical chic en Madrid, Miami y Bogotá culparán a quienes llamaron a votar de que la chispa no encendiera la pradera tantas veces chamuscada por sus valedores.
Para entonces, un partido de oposición habrá iniciado los procesos para expulsar a sus militantes que participaron en las elecciones municipales (será un juicio abierto y por Periscope, uno espera, para escuchar su defensa). Una notoria dirigente habrá anunciado que el gobierno está caído pero sigue allí gracias a los colaboracionistas. Y los candidatos a presidente en el exilio seguirán calentando el inexistente puesto. Y el “pueblo” seguirá su rumbo, indiferente a los llamados de quienes perdieron toda conexión con él. El 10E, no tiene fecha en el calendario.
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