Jean Maninat

Sin luz en el túnel – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

El espectro de La Habana, destartalada, desguazada por sus propios habitantes para sobrevivir de sus entrañas, limosnera del turismo capitalista global, es un símbolo fantasmagórico del fracaso del socialismo insular y tropical. Cuba es un fiasco rodeado de agua por todas partes. Sus gobernantes han fracasado históricamente, dependientes de los gringos para echarles la culpa de su propia mediocridad burocrática, incapaces de emular -al menos- la versatilidad y pragmatismo económico de Vietnam (con quien compartiera espacio tutelar en el santuario de la izquierda occidental, tan vociferante y sumisa intelectualmente, a la vez). No hay anuncios de avances, de logros económicos -por pequeños que sean-, tan solo la larga cadena de estrecheces, períodos especiales y más estrecheces. A pesar de la ayuda dadivosa de la Unión Soviética primero y luego de la admiración manirrota del Comandante Galáctico. Todo se desperdicia.

Hace hoy algo más de una semana, la isla se volvió a quedar a oscuras, a ciegas, tras un apagón monumental, producto no de un huracán de nombre anglosajón de paso por el Caribe, sino de la falta de inversión y un mínimo de mantenimiento, más bien de la proverbial incapacidad de un estamento burocrático supuestamente de relevo, pero cargado de todos los tics y supersticiones ideológicas que no le permite despegar. (Incluso cuando sus miembros aceptan una tímida apertura como la que impulsó Obama entre 2014 y 2017 -visita de los Rolling Stones incluida- lo hacen a regañadientes, como quien toma purgante contra su voluntad, sin confiar ni en el médico ni en la medicina).

La respuesta al último infarto eléctrico masivo que sufrió la isla fue el recurrente sahumerio ideológico, consignas repetidas que en nada mitigan las penurias de una población diezmada por la carestía y la ineficacia de unos burócratas en guayabera que se alternan en el oficio de hacer que todo vaya a peor para los cubanos. ¿Culpable? Quién más que “la guerra económica” y “la persecución financiera y energética de los Estados Unidos” según el mandatario cubano Díaz-Canel. Quien, by the way, en su momento fue presentado como relevo de mente abierta y oído atento a las exigencias de la juventud. Poco duró el aspaviento aperturista.

La propaganda comunista, la épica grandilocuente bolchevique y maoísta, primaba la extensión de redes eléctricas e industrias masivas como los grandes logros del “socialismo existente”. Cuando sus operadores se ponían poéticos, cantaban un futuro radiante, un mañana luminoso para la humanidad. No dejaban de tener razón, en contra de lo previsto por Marx, las revoluciones sociales no triunfaron en los países más adelantados, pasados por la Revolución Industrial. Al contrario, triunfaron en sociedades semifeudales, donde la luz eléctrica era el privilegio de unos cuantos citadinos. La revolución social también se medía en kilovatios.

Sin embargo, el finado poeta nicaragüense, cura y exministro renegado sandinista, Ernesto Cardenal, en un libro de crónica sobre su primera visita a la isla, En Cuba (1972), relata con agradado asombro que cuando el avión sobrevolaba La Habana, él percibe desde las alturas una ciudad a oscuras, sin las luces de la publicidad consumista del capitalismo tentador, adusta y revolucionariamente de luto, añadiríamos por aquí. Décadas después, la revolución sigue igual: sin luz en el túnel.

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes