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Por: Luis Carlos Díaz
Sobre la película Simón: el esquema de victorias y derrotas no cabe para el análisis de la película ni para la historia reciente del país. Eso de vencedores y vencidos es la narrativa de algunos sectores políticos que buscan una manera de afrontar lo que han vivido, pero no debe imponerse al resto de la sociedad.
Lo que ocurrió entre 2014 y 2019, años de desafío ciudadano, fue que un poder no democrático se impuso por la fuerza y aplastó a la disidencia de formas brutales, pero eso no significa que la sociedad haya sido derrotada.
Al menos no han sido derrotados quienes se han negado a pasarse al chavismo, al grupo que se volvió cínico o a los que hacen negocios con los corruptos. Quienes han operado así habrán logrado una migaja de poder, pero por supuesto que fueron derrotados porque renunciaron a aspirar a tener democracia y libertad para todos. Los que solo esperan tener una celda más cómoda sí que fueron quebrados.
Mientras tanto, el montón de gente que no ha tirado la toalla dentro y fuera del país, que es mayoría, no ha sido derrotado. Más bien está en etapa de reconstituirse, de agarrar fuerzas, de pensar en otra cosa para lidiar con el trauma, pero el sentido de justicia no se lo volteraron, como sí ha ocurrido con los actores económicos, políticos y sociales reacomodados con el autoritarismo.
Decir que la película Simón puede ser proyectada en Venezuela porque le sirve al aparato represivo para generar miedo y derrota, sería decir que Vicentini, Rasquin y todo el equipo que la realizó son piezas del aparato de propaganda oficial y eso para nada es así. Es un argumento falaz.
Simón es una película que obtuvo su permiso de proyección bajo presiones y amenazas. Que ha atravesado grandes incertidumbres y miedos. Es un logro de mucha gente que esté en los cines, no una campaña retorcida del poder. Simón es una película que explora el dolor, entre muchas cosas más, porque también es importante que conectemos con el dolor para procesarlo y seguir adelante. Pero no todo es terapia interna, esta película también es una denuncia para exportar, un resumen breve de muchos informes de la crisis de derechos humanos que cuentan cosas aún peores. Es un homenaje a todos los que insisten.
Esta película nuestra no ha terminado, así que es una maravilla que se haya contado un capítulo a tan pocos años de los sucesos que recoge. Es un periodo difícil, oscuro y todavía fresco. Es más, se muestran horrores que aún hoy ocurren, lo dice hasta la ONU. No tuvimos que esperar décadas para ver algo así en pantalla. Eso es también una forma de protesta y de insistencia. Es una voz que no se ha apagado.