Por: Jean Maninat
La afortunada marea de cambio en importantes sectores de la oposición ha hecho reflotar una frase de Teodoro Petkoff: Solo los estúpidos no cambian de opinión. Repiquetea en las redes sociales, en declaraciones de dirigentes en plena transformación, en comentarios de comentaristas asombrados por el súbito cambio de cabalgadura en plena carrera. Cambiar de opinión es hoy asumido casi como un derecho fundamental del hombre, como debería haber sido antes del aluvión de insultos y descalificaciones a quien osase proponer el diálogo o el voto.
Lo que se pasa por alto, y es lo que le da peso a la frase de marras, es que Petkoff dedicó buena parte de su labor política e intelectual a sustentar su cambio, su ruptura con el socialismo real y la Unión Soviética. De su reflexión surgieron al menos tres libros de importancia capital para la discusión de la izquierda de entonces: Checoeslovaquia: El socialismo como problema, ¿Socialismo para Venezuela? y Proceso a la izquierda ( o de la falsa conducta revolucionaria). Fue una labor ardua, práctica y teórica, que le valió la excomunión por parte de los mandamases del mundo comunista y buena parte de la izquierda criolla y latinoamericana. No, no entró vestido de Clark Kent a una cabina telefónica y salió de Superman en un abrir y cerrar de puerta.
Mientras se le prenden cirios de agradecimiento a todas las deidades de la política por el súbito tornaviaje, se echa de menos siquiera el asomo de una reflexión, o una mínima discusión que indique que nos es un simple cambio de humor, un golpe de veleta o un presto y disciplinado yes sir. Nos conformaríamos, de no haber más, con un escueto: “Chispas, creo que nos equivocamos y queremos rectificar”. Ensalivarse el dedo índice y pasar la página como quien repasa un cuento de hadas no es suficiente. Mucho se perdió y sacrificó.
Cuando todavía los dinosaurios habitaban la tierra, la política tenía algo de magisterio, de escuela ciudadana, de aprendizaje en la convivencia democrática. Se escuchaba a los líderes políticos con cierto respeto reverencial, porque eran guías y sus palabras bien valoradas. A cambio, ellos ofrecían asumir responsabilidad por sus hechos y políticas y tenían a bien explicarse cuando era necesario. Eran accountable según el potente y acertado vocablo del idioma inglés. Es cierto, tiene usted razón, no era Arcadia, había sus zaperocos, sus trompadas estatutarias y sus eventuales triquiñuelas, pero había seriedad y responsabilidad en el oficio y no un tiovivo donde suben y bajan las posiciones políticas sin mayor ton ni menor son.
La gente que tanto ha dado y sacrificado merece una explicación para poder recuperar la confianza -que a todas luces ha perdido- en el liderazgo opositor. El inmenso fracaso de estos últimos cinco años amerita algo más que un vuelvan caras desaprensivo y ligero, como si nada hubiese pasado. No hacen falta golpes de pecho, hacen falta sí, golpes de conciencia, que permitan interiorizar la vieja/nueva estrategia electoral y de diálogo para que recupere credibilidad a los ojos del país. Solo así cambiar habrá tenido algún valor adicional en la lucha por la recuperación democrática y la confianza perdida de la gente. Solo los estúpidos…
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