Publicado en: El Universal
Estudiante de sociología, tuve unos semestres discutible inclinación por el pensamiento de Teodoro Adorno y la escuela de Fráncfort: Marcuse, Adorno, Horkheimer, Fromm, los marxistas culturales, cuyo daño es hoy apreciable. Para un profesor de entonces, Adorno era paradigma de la ciencia social, porque conjugaba “profundidad filosófica con suficiencia de instrumentos estadísticos”. Aludía los dos tomos de La personalidad autoritaria, que Adorno concibe, dirige, edita y publica en EE. UU (1950). Con la edad y juicio crítico entendí que era una bola de disparates filosóficos, sicoanalíticos y estadísticos, simiente de la actual cultura woke. “Demuestra”, por ejemplo, que la esquizofrenia es producto de la propiedad privada, al dividir los bienes entre tuyo y mío. Según la antropología, la noción de propiedad aparece en la hominización avanzada y deja fuera cromagnones y neandertales que, así vistos, debían ser precursores del marxismo leninismo. Para la puerilidad de este libro, la personalidad autoritaria es efecto de la propiedad porque la “… sociedad industrial avanzada…alienta prejuicios, tendencias antidemocráticas, estereotipos y sumisión-agresión autoritaria”. Trapecismo argumental sin red protectora, como si la esquizofrenia hubiera sido desconocida en la Rusia del gulag, la Cuba del paredón y en la media humanidad que sufrió los horrores de la utopía.
Así los beatniks y la izquierda cultural americana de los 50s atribuyeron las clínicas siquiátricas a inventados disidentes de la democracia y. no donde ocurría, el comunismo. La cinta clásica Atrapado sin salida de Milos Forman, recrea una novela inspirada en Carl Salomón, un intelectual beatnik cuyo odio al “capitalismo” era tal que se hospitalizó y exigía que lo lobotomizaran, cosa que los médicos no hicieron, aunque la película lo cuenta al revés. Hacía muy poco, EE. UU había rescatado a Adorno y a la humanidad del totalitarismo nazi, mientras en la URSS comenzaba otro. Para tabular su “estudio”, Adorno fija como extremo de personalidad autoritaria la derecha y en el otro, la personalidad no autoritaria, la izquierda. Los enfermos serían Hitler, Mussolini y Goebbels, y sanos como manzanas Stalin y Mao. De nueve indicadores de personalidad autoritaria de la hipótesis, los reos de Núremberg, apenas cuadraban con tres o cuatro, pero Adorno desestimó el detalle. Torpezas de la realidad, podría haber dicho. Vivía en EE. UU como varios connotados comunistas alemanes fugitivos, Horkheimer, Erich Fromm. H. Marcuse, B. Brecht que odiaban la democracia capitalista, y sus contrarios, Hannah Arendt, Thomas Mann, Arnold Shonberg, Stefan Zweig, Leo Strauss, pero cuando la crítica académica mordió el libro, Adorno arranco para Alemania.
Escribe necedades tales como que el trauma de los campos de concentración nazis es tal que a la humanidad “ya no quedaba capacidad de amar…ni habría más vida”. Pero entre 1945 y 1960 explotan la natalidad, el baby boom, los derechos civiles y la liberación femenina sube la minifalda yl mundo mejoró radicalmente. Aunque con familia de recursos económicos, Adorno es fibionita, pobretólogo y considera la riqueza un crimen, tirria que nace con la civilización, dice Antonio Escohotado, con los Manuscritos del Mar Muerto, obra de la secta judía iracunda, los esenios de San Juan Bautista, que además de su manía de bañarse todo el día, calificaban el dinero de pestilencia. Muchas herejías cristianas quisieron destruir a la Iglesia porque no era pobre y hasta San Francisco de Asís pisó la antesala de la hoguera. Para algunas era pecado apenas tocar oro o plata y los husitas enterraban solo a los muertos cuyas armaduras tuvieran incrustaciones de perversos metales preciosos. Los demás se pudrían libremente en el campo de batalla. En el siglo XX los fibionitas más famosos son tal vez Walter Benjamin, Marcuse, Jean Paul Sartre y Adorno, contra la malignidad de la sociedad de consumo.
La abundancia material, el confort y la cultura de masas “embrutecen” y enajenan, generan autómatas acríticos, unidimensionales, seudocultura para “la señora de la limpieza”, según Adorno y no para revolucionarios sofisticados. Su amigo Walter Benjamin, igual de delirante, poseía una gran colección de muñecos, como una escena de Chucky, que adquiría para sacarlos del pecaminoso mercado, congelar su condición de mercancías. Adorno explica: “el niño, no corrompido…busca salvar en su trato con las cosas, lo que las hace buenas para los hombres y no para comprar y vender”. Le molestaban el intimismo y la sensualidad del jazz y el blues, creaciones universales de la negritud, porque eran (no hay nada más pringado que la pureza revolucionaria) “música de esclavos sadomasoquistas”, que no llamaba a una rebelión porque “los negros estaban ansiosos de venderse y conseguir contratos con las disqueras blancas”: Para su íntimo amigo el pajihielo Horkheimer, el jazz y el blues son “fondo musical de masas obedientes a la jerarquía social del capitalismo salvaje”. Pensar que discutíamos en pasillos estudiantiles semejantes imbecilidades y que aún quedan profesores que las recomiendan.
El pensamiento líquido se amolda al envase, al entorno cultural, según Zygmunt Bauman, y el post marxismo es el frasco. Parecía que la conseja de –tecnología-contra-la humanidad, yacía en el basurero de las futilidades, novelerismo de Hollywood de apasionantes distopías. Desde El gabinete del Dr. Caligari (Wiene:1929), Frankenstein (Whale:1931) y Metrópolis (Lang:1927), hasta 2001:Odisea del espacio (Kubrick: 1968), Terminator (Cameron:1984) y Matrix (Wachonsky: 1999). El surcoreano-alemán Byung Chul Hal, una especie de Paulo Coelho de la filosofía, es autor de La sociedad del cansancio (2010), La agonía del eros (2012) La sociedad de la transparencia (2013), horda de lugares comunes y estamos en hora de pasar facturas. En un artículo rococó, sin entrada ni salida cognoscitiva, sugiere que Asia demostró superiorioridad a las democracias frente al coronavirus, por la “herencia autoritaria de Confucio”, quien no lo fue más que Platón y Aristóteles cuando no existía pensamiento democrático. Que “el autoritarismo gobierna mejor” es una necedad cuando la administración china provocó la pandemia por su manejo politiquero, caótico y secretista del problema, el e igual el norteamericano, que ocultó su letalidad.
Asia es el autoritario Irán, tan torpe ante la epidemia como la democrática Italia pero lo manejaron bien las democráticas, orientales y prósperas Taiwán, Japón y Corea. El autor considera positivo que el gobierno chino tenga acceso a la información sobre la ciudadanía No existe capacidad para centralizar la big data, una masa inimaginable, ciclópea, de datos, pero el Estado chino puede disponer de la información `privada que se le antoje. Los gobiernos democráticos y las empresas están bloqueados técnica y legalmente para usar la información de los ciudadanos, atesorada en millones discos duros y servidores descentralizados y su manejo sometido a escrutinios. Hay duras sanciones para su uso ilegal o simplemente opaco: Facebook, carga una cicatriz por ello en el face, a Hillary Clinton la perjudicó en su campaña y Google recibió una penalidad en Europa. Para tener idea: la big data, que se calcula en zettabytes; si se imprimiera toda la información producida por la humanidad hasta 2022, sería una torre de libros como el Empire State hasta el sol ida y vuelta. Los mencionados Marcuse, Adorno y Horkheimer, cuestionaban los medios unidimensionales porque imponían ideología enajenante, convertían gente en masa. Lo qué defiende Hal es simple galimatías, porque el papel aguanta todo.
Le molesta la democracia informativa, el flujo multidireccional en las redes “neoliberales” (?), porque es tan amplio, biunívoco, continuo, abrumador, que le parece “pornográfico” y ahora el sujeto “se esclaviza a sí mismo”, porque la “transparencia” de las redes estimula el “narcisismo”, las ganas de “hacerse ver”. ¿Testigo de Jehová o filósofo? El libre flujo de ideas, opiniones, imágenes, obras, informaciones, dice, ¡es una nueva forma de totalitarismo! (esta vez “malo” a diferencia del control estatal, que es “bueno”). Stalin con kalé heideggeriano: la libertad de información es burguesa. Defensor de la información elitesca frente a la “globalización neoliberal”, es un tejedor de caprichos, manías, tonterías autoritarias. Cita de apoyo a una colega post marxista. Naomi Klein, que porta sin licencia uno de los cerebros más alocados, conspiranoides, desde Lex Luthor y el Jocker, que vio en el coronavirus la siniestra maniobra para crear el totalitarismo neoliberal. Según García Márquez, cada vez que alguien falla en billar una impelable jugada bola-a-bola, aquí va a pasar algo.