Por: Jean Maninat
Un gran amigo nos cuenta que una gran amiga le disparó en pleno plexo solar la pregunta: ¿cuándo fue que los malos se hicieron buenos y los buenos malos? Es pariente de la mítica pregunta que se hace Zavalita en la puerta de La Crónica, que luego de miles de combinaciones como en un cubo de Rubik podría derivar en: ¿en qué momento se jodió la política? Ya finalizando el primer cuarto del siglo XXI, las precisiones se han hecho más esquivas y hay que navegar sin la seguridad que daban los instrumentos de vuelo ideológicos. Y lo que es peor aún, los pilotos de las aeronaves, los capitanes de la política, son menos fiables que los sobrecargos a la hora de alcanzar el destino anunciado: sociedades prósperas.
Y no, no es una condición exclusivamente tercermundista productora de commodities, o achacable a la ubicación a izquierda o derecha, progre o conservadora, como los virus, la memez política de nuestros días se reparte democráticamente por todo el planeta. En este momento a usted le deben estar viniendo a la cabeza varios ejemplos, pero entre ellos resaltan Macron en Francia y Sánchez en España, modelos platónicos del cuadro medio partidista, hábiles en la suma y resta con ábaco, en la pequeña componenda, aferrados ellos al sillón presidencial, como justificación máxima de su carrera política.
Las comparaciones son antipáticas, reza el lugar común, sobre todo porque advierten las diferencias entre bípedos pensantes (no entre chimpancés y humanos, por más que estén emparentados) y resaltan más las insuficiencias de unos que las suficiencias de otros. Si pensamos que hace unas pocas décadas confluyeron en el mismo espacio político-temporal dirigentes mundiales del calado y visión histórica de: Ronald Reagan, Mikhail Gorbachev, Margaret Thatcher, Helmut Kohl, François Mitterrand, Felipe González (por establecer un canon selectivo, occidental, arbitrario y democráticamente sesgado) y lo comparamos con el lineup actual, tendremos un indicio de las razones que motivan el cuadro depresivo que causa el panorama político mundial.
La recuperación de la democracia, el retorno de la confianza en su capacidad de gestionar las sociedades con eficacia y de entusiasmar a los más jóvenes para su defensa y fortalecimiento, aparecerán listados como “deberes” en cualquier manual del tipo Democracy for Dommies. Sin embargo, llama la atención el pataleo ineficaz de quienes deberían defenderla de los extremos Woke y MAGA. Muchos creen -no tan ingenuamente- que la mejor forma de combatirlos es mimetizarse con ellos, hasta ser irreconocibles, para no ser señalados. No hay espacio para el centro, si se quiere seguir respirando políticamente. Con los radicales de la tierra quiero mi suerte echar.
Recoge la prensa internacional el estreno en Italia de la película La grande Ambizioni del director Andrea Segre, sobre la vida del difunto Secretario General del Partido Comunista Italiano (PCI) Enrico Berlinguer, quien hace más de 40 años planteó un acuerdo -el Compromiso Histórico- fundamentalmente con la Democracia Cristiana, de garantías de gobernabilidad democrática en caso de que el PCI triunfara en las elecciones. La película ha sido un gran éxito -especialmente entre los jóvenes- según relata El País de España y el director Segre argumenta que: “Berlinguer estudiaba mucho, escribía muchísimo, hablaba con gran calma y precisión, miraba a los ojos, escuchaba, raramente usaba o gritaba lemas, incluso cuando estaba ante cientos de miles de personas. Esto le hizo muy amado por muchísimos italianos, comunistas y no comunistas”. Cualquier parecido con la realidad política actual, son sombras nada más…