Transcurridos algunos días de la muerte de Fernando Albán, podemos reportar con alivio que no somos una sociedad de amebas. No hemos tomado a la ligera este horroroso asunto, no lo hemos condenado a la categoría de «sucesos sin importancia». La rabia la hemos metabolizado, sí, pero no hemos pasado la página. Por fortuna, supimos manejar bien nuestras emociones y no se produjo un caos en las calles tipo la protesta «Rodney King». Si el dolor y la rabia nos hubiera tomado de su cuenta, hoy, además de Fernando, estaríamos contabilizando un incalculable número de muertos y heridos. El régimen, sin el menor tapujo, hubiera sacado las garras y la represión hubiera sido feroz, sin que ello hubiera significado su derrocamiento o su caída. Tendríamos otra vez el asfalto manchado de sangre y miles de nuevos presos políticos. En cambio, la sociedad en sus diversas agrupaciones y conglomerados, y no sólo todos los partidos políticos, se unieron a una voz para exigir justicia. Y eso tiene mucha más fuerza y peso específico que una jornada de romper cristales. Así la noticia difundida abrumadoramente por medios y redes no fue «venezolanos protestan violentamente por la muerte del concejal Albán». Fue «ciudadanos, partidos políticos, ong’s, iglesias, organizaciones empresariales, gremiales y sindicales exigen esclarecimiento del supuesto suicidio de concejal de oposición mientras estaba detenido en la policía política». Dimos una inequívoca muestra de madurez de la sociedad. Y eso ha hecho que fuera de nuestras fronteras las sociedades civilizadas se nos unan y expresen categóricamente su rechazo a una actitud deleznable del régimen de Maduro y exijan junto con nosotros justicia.
Hay más para el análisis. Es cierto que la devaluada clase media venezolana cayó en estado de náusea, estupor y clara congoja. Que sintió que lo ocurrido supera los más elementales límites de la moral y la ética, que viola todo precepto y tritura las normas y códigos. Pero se produjo una reacción inesperada en las clases llamadas «populares», que son víctimas de las más constantes y aberrantes violaciones y vejaciones por parte de los cuerpos de seguridad del estado. Esas personas no cayeron en el ejercicio de «ahora les pasó a ustedes lo que nos pasa a nosotros todos los días». Muy al contrario, se produjo una ola de solidaridad. Un «yo entiendo, yo estoy contigo, yo lloro contigo, yo sufro contigo». Eso es empatía de la más alta calidad humana. Es cierto que Fernando era muy dado a las causas sociales, a trabajar por el prójimo. Pero era un político profesional. Y en tiempos cuando la antipolítica hace todo lo posible para deshauciar a la política, que la sociedad entrelace sus dedos en lo que identifica como una causa común, es algo que debemos destacar y apuntar como un enorme paso de avance.
En el mercado, mientras esperaba para pagar, me puse a conversar con mis compañeros de cola. Un señor de unos 40 años de profesión albañil, una doñita cincuentona de esas que hacen magia preparando empanadas, una muchacha de unos veintipico años con un muchachito todavía de brazos. Esto es Margarita, donde la pelazón y el abierto abandono del gobierno nacional ha causado estragos. En veinte minutos abordamos diversos temas: los precios estrafalarios de todo, los recurrentes cortes de luz, la desaparición otra vez de los medicamentos, la payasada constante del Protector de Nueva Esparta, el aniquilamiento de Conferry, etc. Y entonces la doñita empanadera propone rezar un Ave María y pedirle a la Virgen del Valle por el descanso de Fernando Albán, a quien ella en su vida jamás vio. Le digo que me parece muy bien. Rezamos. «Dios te salve, María, llena eres de gracia…». Y al finalizar el señor albañil dice : «te pedimos Vallita que acompañes al concejal y ayudes para que en Venezuela no haya otro suicidamiento». La muchacha le corrige, «se dice suicidio». Y la doñita empanadera le apunta: «no, es suicidamiento, porque el concejal no se suicidó, lo suicidaron».
El pueblo habla. A quien sepa escuchar.