Por: Jean Maninat
Es difícil distinguir entre los tantos Petro que despachan desde el Palacio de Nariño. Un día es un militante de Greenpeace convocando a desterrar -literalmente- la industria extractiva de Colombia y del planeta. Otro, es el militante de izquierda trasnochada repitiendo consignas de Homo neanderthalensis recién liberado intacto de un glaciar a la deriva. El de allende los mares lo encuentra en la gallera del primer día de la Asamblea General de la ONU, sin saber qué hacer cuando la sala se vacía desordenada luego de oír la intervención del mero mero gringo, y lo dejan casi íngrimo hablándole a los jóvenes funcionarios que entre bostezo y bostezo toman nota.
El núcleo de sus días se le va en declamar ampulosos discursos o tuitiar sobre lo que el humor del momento le aconseje. Bueno, es cierto, otra parte del tiempo lo dedica a enderezar los entuertos que todo lo anterior causa. ¿Gobernar? Él está allí para cambiar el mundo, no para mejorarlo en lo que humildemente se pueda.
Las recientes elecciones regionales y municipales en Colombia han sido un monumental fracaso para su partido y para las otras agrupaciones políticas que lo apoyan. El suyo logró tan solo 2 de los 32 departamentos en liza, mientras que sus aliados del Pacto Histórico se aseguraron 7 más. (El término Pacto Histórico es un plagio sin vergüenza alguna a Enrico Berlinguer y al antiguo Partido Comunista Italiano, PCI). Pero, la oposición genérica también ganó en las principales ciudades del país, no solo en Bogotá – con todo su simbolismo-, también en urbes icónicas como Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla. En total el Petrismo ganó tan solo 21 alcaldías de 1.100 en disputa. Un mandatario popular sin apoyo popular en todo el país.
Es el síndrome del populista -de derecha o izquierda- que llega prometiendo cambios de raíz, refundaciones épicas de la nación, mas tan solo logra congelar lo que está en avance o destruir lo poco o mucho logrado. En el entretanto dinamitan la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas, en los partidos políticos, la emprenden en contra de la élite, la casta, el enemigo exterior, todos culpables de algún trámite histórico inconfesable, que ÉL, el ungido, se encargará de develar y desmontar. (Yes, suena familiar, pero en Latinoamérica no aprendemos).
Petro se ha quedado bastante solo en Palacio, y ya pronto vendrán sus antiguos íntimos a pasarle factura o negociar apoyos. Ha logrado propiciar, en poco tiempo, una gran desafección hacia su mandato que ya parece añejo, gastado, sin lustro, perdido en los monólogos insustanciales y alambicados del presidente. Poco ayudan sus declamaciones a entender la dirección de su gestión, o lo que sea que quiere hacer con el puesto que millones de colombianos entusiasmados con el cambio le dieron con sus votos. (Dios, el cambio, como han desguazado el término, hasta convertirlo en palabreja vacía). En Colombia, afortunadamente, se venció la frustración, se recompusieron las opciones democráticas, el ánimo electoral resistió, y ganó la democracia.
¿Cuál Petro tuitiará insomne esta noche en el Palacio Mariño?