Por: Jean Maninat
La visita de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, sacó de nuevo a flote frente a la comunidad internacional el muestrario de contradicciones que remolca la oposición democrática. Luego de ser fustigada durante meses por las sectores radicales por no pronunciarse, ni constatar in situ la terrible situación de los derechos humanos en Venezuela; cuando lo hace, entonces es atacada de manera virulenta porque ni sus declaraciones, ni su informe están hechos a la medida del lenguaje militante de los extremos.
La Alta Comisionada, fue contundente al condenar en los términos más fuertes -que estipula el lenguaje en la ONU- el terrible asesinato del Capitán Rafael Acosta Arévalo, mientras llovían de nuevo toda clase de improperios. (Alguien debería explicarnos cómo la degradación de la forma de expresión del régimen, se ha ido apoderando de la manera de expresarse de un sector de la oposición, incluyendo al ilustrado. Una especie de posesión demoníaca del lenguaje que habrá que exorcizar, llegado el momento de la recuperación democrática).
Es fácil entender que la rabia acumulada por tanta miseria, por tanta destrucción, por tanto dolor, por tanta represión, pueda ofuscar el juicio de cualquier ciudadano digno de serlo, sobre todo si lo vive a diario y en piel propia. ¿Cómo no sentir rabia ante la brutal agresión que deja ciego a un adolescente, cómo no maldecir a los culpables? Pero, una vez realizada la catarsis, una vez vaciada la rabia, hay que volver al nudo del problema: ¿Cómo superar democráticamente el actual estado de cosas para que estos hechos no se repitan más?
Y allí sabemos que el menú es variopinto y contradictorio, y por lo visto, pasará un tiempo antes de que surja una estrategia común. Sin embargo, todo parece indicar que en la comunidad internacional gana terreno progresivamente la búsqueda de una salida democrática y electoral. La reciente declaración de Elliot Abrams, advirtiendo que ningún extranjero puede exigir una intervención militar de Estados Unidos, pues es prerrogativa de su Presidente, ha sido un balde de agua con hielo para quienes exigían que se exigiera lo que Abrams no quiere que le exigen desde fuera a su país.
Y cualquier salida democrática y electoral, tendrá que contar con un tupido tejido de apoyos internacionales que hay que sostener con paciencia, habilidad, constancia y continencia verbal. Insistirle al Secretario General de la ONU que preste atención al “caso Venezuela” y luego insultar a una de sus máximas funcionarias cuando lo hace, es francamente de una impericia en materia internacional pasmosa.
(Ayudaría mucho, de paso, contener la tendencia de algunos embajadores designados a estar declarando por donde van como si fuesen candidatos a algo, solo ayuda a aumentar la cacofonía y sembrar más urticaria en la paciencia de los aliados en el exterior que empieza a agotarse. Pregunten a su alrededor y verán).
Hoy viernes 5 de julio, cuando esta columna debería salir publicada, se ha convocado una marcha que partirá de la oficina del PNUD, ojalá el punto de encuentro no se convierta en la sede de un concurso de descalificaciones hacia el aliado que se quiere tener. Te insulto para que me quieras.
Lea también: «El humo de Chernóbil«, de Jean Maninat
}
E