Caracas, 7 de noviembre, 2022
Arnaldo se recupera lentamente. Eso me dicen. Y yo lo creo porque eso aseveran los que saben, aunque yo no lo vea así. No es lineal. Es un sube y baja. Dos pasos para adelante y uno para atrás. O al costado. Esta semana que pasó fue particularmente difícil. Tuvo varias crisis. No hay fecha para la mejoría. No hay cómo marcar un dia en un calendario. Ya superamos los 200 días de esta pesadilla. Doscientos. Y no le veo fin.
Lo que siento es extremadamente paralizante. A veces no consigo las fuerzas para levantarme de la cama.
Mi mente no funciona. Esta entumecida. No tengo creatividad. Mis versos no riman. Mis ideas claudican. Cada 3 o 4 días, tengo incontrolables ataques de llanto. Ya ni los puedo disimular. Tampoco quiero.
Estoy muy flaca. Como por obligación, porque sé que tengo que comer, pero sin placer alguno. Y veo a Arnaldo, piel sobre huesos.
Estoy irascible. Y francamente no soporto las estupideces.
Siento dolor. Físico, emocional y mental. Me arrastro a la cama, para terminar zambullida en el insomnio. Tres o cuatro horas de sueño, como mucho. Estoy cansada y exhausta. Pero no logro dormir. No puedo dejar de estar pendiente y angustiada por Arnaldo. Anoche, él y yo tomamos una pastilla para dormir. Sueño químico, pero indispensable.
Despertar es una tortura. Cuando entreabro los ojos, lo primero que me viene a la mente es que sigo en esta pesadilla. Me levanto y me doy cuenta que tengo que luchar otro día más. No hay un milímetro de mi cuerpo que no me duela. La pierna en particular. Y la espalda. Aunque me salvé de la operación.
Leo a San Ignacio de Loyola: “En momentos de tribulación, no hacer mudanza”. Dicen los psiquiatras: “… cuando las emociones dominen, no tomes decisiones ni hagas cambios; la amígdala cerebral te tiene secuestrada; la corteza prefrontal, la razón, no está funcionando bien».
La plegaria de la serenidad es el comienzo de una oración que se atribuye al teólogo, filósofo y escritor estadounidense de raíces alemanas Reinhold Niebuhr: «Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia».
A esa plegaria me apego a diario.
«Deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer. Créame la vida siempre, siempre tiene razón”, escribe Rainer María Rilke en su «Cartas a un poeta».
No entiendo por qué la vida nos trajo esto. Si la vida siempre tiene razón, quiero comprender esa razón. Porque Arnaldo y yo no somos sino un par de pendejos que no le hacen daño a nadie.
«The wild and windy night
That the rain washed away
Has left a pool of tears
Crying for the day»
Eso canta Beatles.
Veo películas de catástrofes. Busco ver cómo las gentes superaron sus tragedias. Y cómo hoy esa experiencia, que los marcó, sin embargo los convirtió en mejores personas.
Si los polacos pudieron superar la gran inundación, nosotros también tenemos que poder.
¿Dónde diantres venden la fortaleza? No tengo dinero, pero estoy dispuesta a firmar pagarés.
Se me escabulle la serenidad, como agua entre los dedos. Lo hace con sonoridad. Me escribe mucha gente que lucha contra el cáncer, como pacientes o cuidadores. Todos son sufrientes. Ellos me entienden y yo los entiendo. Estamos en el mismo long and winding road.
Ningún sacerdote o teólogo cristiano me dice cuánto dura el purgatorio. El padre Virtuoso me repetía que el purgatorio es, por diseño, finito. Y yo le respondía, en esas conversaciones epistolares que teníamos cada semana, que mi paciencia, mi fortaleza, mi aguante, tienen límite. Y ahí, él guardaba silencio.
Yo no rezo. Ni siquiera por mí misma. Siempre he creído que rezar es hablar con Dios, pero no para pasarle la ristra de peticiones. No para rogar, para dar gracias.
Anoche me fui a dormir rezando. Di gracias por haber aguantado un dia más. Y desperté rezando. Di gracias por la fortaleza para aguantar el día de hoy. Rezar no es un «wish list» en Amazon. Es agradecer un día más de lograr respirar.