Por: Jean Maninat
La reelección presidencial es un “derecho envenenado” que ha puesto a prueba las instituciones democráticas y, en muchos casos, ha cuarteado el frágil friso político que las afianza. Quizás el mal menor sea el de la reelección por dos períodos cortos consecutivos, seguidos de un terminante candado que impida el regreso, por siempre, a la oficina presidencial al que ya la ocupó. El mayor, sin duda, el que permite el regreso del exmandatario después de un período de descanso forzado, para intentarlo de nuevo. En la práctica transforma a los “jarrones chinos” en candidatos presidenciales perennes. (El caso de Chile es ilustrativo, la expresidenta Bachelet y el expresidente Piñera tomaron su round de descanso, para regresar a por un segundo mandato, que hoy es mejor olvidar, sobre todo en el segundo caso).
Ninguno tan sabio como el mexicano Francisco Madero quien en su lucha contra el dictador Porfirio Díaz acuñó el lema: sufragio efectivo, no reelección, que merecería estar inscrito en cualquier friso del Partenón. Hasta los broncos caudillos de la revolución mexicana esperaron su turno -unos con más impaciencia que otros- para ejercer su período de mando, y luego retirarse a casa y no asomar la nariz si no se lo pedían, a riesgo de perderla. Todos los presidentes de México han seguido el lema de Madero al pie de la letra. Hasta hoy en día…
Los revolucionarios marxistas lo han tenido siempre claro, cuando se quiere tomar el cielo por asalto (en realidad siempre terminan tomando por asalto un palacio a balazos), cambiar el mundo, construir el hombre nuevo, acabar con la desigualdad, ¿quién diablos tiene tiempo para estar cambiando de líder? Y cuando empieza a surgir el cosquilleo de un cambio, el jefe máximo -sea el padrecito Stalin o el caballo Fidel- se encargaría de recordarles que el tiempo es oro revolucionario y que no hay que perderlo en exquisiteces burguesas como estar renovando la cúspide unipersonal de la revolución. El recordatorio: un tiro en la sien, o una mazmorra tropical.
Pero el tintinear del eterno retorno también inquieta a probados defensores de la democracia, quienes para seguir “defendiéndola” están dispuestos a manipular el cubo de Rubik constitucional, hasta que todas sus caras estén alineadas con la reelección y puedan continuar con su labor de salvar la democracia y la civilización occidental unos añitos más. Otros quieren perpetuarse para erradicar la política -y a los políticos opositores- fuente de toda corrupción, menos la suya.
De las arenas de la Florida regresa el Revenant, el renacido, a cobrar sus cuentas, buscar su reparación, la restauración de su dominio, hacer su país grandioso otra vez. Una vez más, la democracia será asediada desde adentro, estrujada, sacudida, polarizada, si se sale con la suya. El proceso de detonación comenzó con el anuncio de su regreso y sólo terminará con su derrota definitiva. Toca a sus correligionarios, a quienes ya una vez les birló el partido, detenerlo. En ellos confiamos.