Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
No deja de tener su lado infantiloide, por no decir chato, esa pelea entre opositores que ahora se intensifica, para gloria de Maduro Moros: en que unos condenan a los otros, y los otros a los unos, por la derrota de sus fallidas estrategias. Habría que partir, es una sugerencia muy vivida, de ese pecado original, de esa terrible manzana, que fue la resurrección de Chávez después del “exitoso” golpe de abril. Ese trauma, como el de Adán y Eva, debe estar en el inconsciente colectivo venezolano, y allí permanecerá por muchos años y de él se generan muchos males. Dicen que no pocos conciudadanos motivados por este se volvieron ateos , otros francamente nihilistas, pudientes se fueron a Miami y algunos más pragmáticos decidieron engrosar las filas de la revolución bonita, feliz opción para sus bolsas unos años después cuando el petróleo floreció como se sabe, como nunca. Los demás cargamos en nuestras profundidades con una desconfianza radical al éxito de cualquier formulación de un itinerario para la lucha.
Esto lo digo porque ahora algunos, ¿cuántos?, quieren colgar a Juan Guaidó porque se le acabó el tiempo en que había que quitarle la silla al usurpador para cumplir un mantra que llevaba a elecciones libres y honestas. Dos años dicen que coinciden con el lapso constitucional legislativo… y Constitución es Constitución. Y no lo dice Hermann Escarrá –que, por cierto, se ha apagado, él tan pontificio y entretenido- sino luchadores contra una dictadura que por definición es la negación de esa magna carta. Pero esa contradicción flagrante puede atenuarse con el hecho de que la gente se encerró en su casa –el virus tiene lo suyo, reconózcanlo- y los ricos se dedicaron a los bodegones (doña Anaïs ya encontró su mostaza de Dijon preferida- y los pobres a las delictivas cajas de Saab y los millones de migrantes a las sendas del horror y casi nadie quiso saber más de eso que llaman política. Sobre esto diría que hay mucho de razonable, pero hay algo más descorazonador, porque nadie negará: los 22 años de fracaso de todos los caminos, o cartas sobre la mesa, así llamadas, mucho tienen que ver con esa cuadriplejia nacional.
Los principales críticos son ahora los políticos de verdad, los amantes del voto, los realistas, los que se ensucian las manos sin falso pudor. Pues bien, fíjense en esto, es verdad que el triunfo en las parlamentarias del quince fue un éxito, pero a la vuelta de la esquina se convirtió en un fracaso porque el gobierno encarceló ad infinitum la flamante Asamblea. Recordar aquí el pecado original, la resurrección de 2002. O el fraude contra Capriles, o la reforma constitucional negada en las urnas (“victoria de mierda”, dijo Chávez) y la hizo a las patadas, o los protectores, y otras réplicas. Y fue Juan Guaidó (o quien o quienes sean los que así lo decidieron, aquí o allá) el que puso la cosa a tono después del 15, creó un movimiento internacional pocas veces visto, se hizo presidente interino contra todas las fuerzas del mal y a pecho descubierto y ahí sigue buscando la escondida senda y la puerta velada. Que cometió errores, tanto enormes como inexplicables, surrealistas, al menos tres. Que hizo hazañas, las hizo, hasta se cayó a vergajazos con la guardia nacional y recorrió aclamado un buen trozo del mundo. Para cuadrapléjicos es bastante. Al menos eso parece creer hasta Biden, que hay hasta quien cuestiona a ese demócrata ejemplar por apoyar a Guaidó, y se callaron cuatro largos años ante las barbaridades del monstruoso Trump, urbi et orbe. A algunos parece que lo obligaron a hacer un voto de silencio como ciertos monjes de clausura. Y, extraño, ahora son nacionalistas y, además, amantes de la provincia.
Limitémonos en este inacabable tema a concluir que los votófilos también cayeron en trampas no muy bien montadas para exhibirse ahora como dominadores de la razón política adulta. No hablo de los guerreros porque ya los posibles aliados se mofaron de ellos. El único que insiste como que es Ledezma, que mi amigo el chismoso dice que hasta un casco militar se había comprado en espera de los marines y algunos asociados. De manera que un poco de humildad nos vendría muy bien a todos. Y recordar, hacerlo siempre juntos, que divididos, no llegamos a ningún lado. Cuidado con Fedecámaras, remember Carmona.
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