La victoria de Nicolás - Carlos Raúl Hernández

Torero portugués – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

Las recientes acciones del gobierno norteamericano y las declaraciones del jefe de la misión diplomática para Venezuela, Francisco Palmieri, indican que EE. UU se desplaza a la realpolitik en vista de que la oposición no puede ganarle al gobierno pese a haber tenido todas las oportunidades. La crisis en el Medio Oriente y su efecto en el costo de los combustibles, que las reservas petroleras venezolanas son largamente las mayores del mundo, no pueden descuidarse, ni el alza de los ingresos petroleros, este año cerca de 20 mil millones. Eso da ventaja al gobierno, que de paso debería llegar al siglo XXI, dejar agresivos, anacrónicos lenguajes y prácticas de los años 40, fracasos políticos y sociales que nos condenan a la miseria, el atraso y los divorcia del país y del mundo. Una oposición otra tendría planteado frenar la cubanización, la hemorragia democrática, el cierre de las rendijas y retomar contacto con el gobierno sobre los presos políticos, la censura en las redes, las leyes fascistas, la reconstrucción del sistema electoral. Discuto los errores del gobierno en lo que afecta la vida de todos, pero no sus estrategias político-electorales y si se equivoca y mete la pata hasta el fondo en ellas, yo lo celebro. Si es la oposición la que yerra, como es su obsesión, estamos obligados a hacer esfuerzos para que corrija y se salga del socavón en el que se lanza invariablemente en estos 25 años. Y si se irritan, es su problema.

Pero luce inmune a la realidad y como el torero portugués: capotea, pero no remata y eso eternizó al gobierno. Eso va para fanáticos, adulantes, antipolíticos que no soportan observaciones críticas, y por eso su fallo es persistente y rotundo. Hay quienes sostienen que los casos de la “presidencia provisional” y el que vivimos en 2024 “son distintos”, aunque en efectos prácticos son muy parecidos y la prédica igual, porque en ambos casos el gobierno es quien maneja el Estado. Boicotearon el proceso electoral de 2018 y el gobierno ganó fácilmente contra el esfuerzo de quienes nos oponíamos a semejante grimorio. Los abstencionistas pasaron de largo por las presidenciales de 2018, y en 2019, como hoy, la base argumental era “la ilegitimidad” de la presidencia de Maduro, aunque había ganado unas elecciones y por el contrario, la “legitimidad” bendecía a un “electo” en plaza pública, algo que no soportaba el menor análisis y era un boomerang afilado contra la oposición. Luego de ganar ampliamente las parlamentarias en 2015, para asombro de cualquier historiador ocioso, la genialidad de los “estrategas”, políticos, militares retirados, curas, empresarios, “analistas”, fue abstenerse en unas elecciones regionales y locales en 2016 y 2017 que le anunciaban triunfos abrumadores.

Más bien lanzan un paquete de ilegalidades: derrocar al gobierno en las calles, pedir sanciones contra el país, golpe militar, Guaidó se apropia de activos nacionales (aún en poder de esa aberración que llaman “asamblea de 2015”), invasión norteamericana, que tuvo el serio amago de una flota cerca de las costas, apostando a cualquier error del ejército local. Todo valía y “todas las soluciones están sobre la mesa y debajo de la mesa”, dijo el “interino”. Entregaron así cualquier ventaja moral sobre el gobierno, porque las banderas habían sido ilegalidades flagrantes, que no eran las primeras, porque lo mismo hicieron en 2013 al declarar fraude sin ninguna evidencia y en 2014 con el primer intento de derrocar al gobierno en la calle. Y si la doctrina Giordaní nos daba superioridad moral, la doctrina Tarre lo mismo, pero al revés -hacer pasar hambre a la gente, esta vez para que se revelarán-, nos hizo perderla. 2019 fue un aprendizaje fundamental para el gobierno, porque se resquebrajaba su base de sustentación. Por lo menos diez prominentes líderes del PSUV declararon disposición a una salida pactada, ¿un cambio de gobierno?, a contrapartida de no retaliación. Diosdado Cabello se reúne con “el presidente interino” y estaban las condiciones para aquello que el pingüino politólogo llama “la transición”, pero un sacerdote le dio los últimos óleos al acuerdo: “solo negociaremos con Maduro qué comerá en el avión del exilio”.

El gobierno, que se sentía derrotado sin el acuerdo, se obligó a resistir y aprendió mucho: a derrotar el cerco de 60 países, las “sanciones”, el Grupo de Lima, y nada menos que a Trump; que no habría invasión y que las sanciones económicas enflaquecía a la sociedad para que el gobierno reinara mejor sobre el hambre. La oposición aprendió poco y hoy repite exactamente la cartilla babeante. Palmieri expresa la pertinencia de participar en las elecciones parlamentarias, regionales y locales, porque como lo demuestran la megacrisis y la ofensiva de Trump en 2019, sólo se derroca un gobierno con invasión o golpe de Estado, que no se ven en lontananza. Palmieri debe temer la cubanización del país, por obra del regreso de las gafotesis. La jefe de la oposición, en una bella metáfora, dice a los que plantean votar: “échenle balls”. Antes de decir nada, yo le preguntaría a los zulianos, barineses, margariteños y cojedeños (su palabra adelante) si quieren entregarle las gobernaciones al gobierno por pura rabia. Me recuerda el caso de un gocho colombiano a quien de media noche en alguna ciudad europea, se le presentó un monstruo. El paisano tomó dos enormes piedras en las manos y le preguntó – “¿Ud. es el devorador de sesos?” – “Siiiiii.Yo soooooy!”, respondió el gigante- y de inmediato, el gocho pasó a machacarse la cabeza rudamente con las piedras y gritó “!!pero estos se los va a comer bien mallugaditos!!”. Más allá de ensoñaciones diurnas como que los Reyes Magos vienen el 10 de enero, la realidad es cruel y para pasar el despecho nos refugiamos en la «ilusión del regreso». Eso lo entiendo, pero los hechos conducen a conclusiones crudas: quienes quieran continuar en la política, si no puedan superar sus escrúpulos y ponerse el pañuelo en la nariz, quedan fuera de ella. Recuerdo bien cuando Chávez desbordaba su vocación de poder, y los «cuatro jinetes» le regalaron la abstención y la Asamblea Nacional en 2005.

 

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