Publicado en: Efecto Cocuyo
Desde hace un tiempo, sobre todo en algunas redes sociales, se promueve un ánimo inquisidor, una ceguera purificadora. Como un pac-man enloquecido, se mueve todo el día, en todas las direcciones, etiquetando a los demás, acabando con casi todos los liderazgos y derrumbando todas las alternativas. Es un movimiento dedicado a masticar cualquier optimismo. Según los miembros de esta brigada, la oposición está contaminada por siniestros y aberrantes pensamientos y sentimientos izquierdosos. Cualquiera puede llevar adentro ese asqueroso germen, incluso sin saberlo, sin darse cuenta. Se trata de un epidemia que ataca hasta el gusto musical o el modo de hacer las arepas. Cualquiera puede ser un traidor o un colaboracionista. Cualquier menos ellos, por supuesto. Ellos: los inmaculados, los impolutos, los vírgenes.
En una sociedad tan pagana como la nuestra, resulta paradójico este frenesí por la pureza ideológica. De pronto, hay quienes desean instaurar una nueva Denominación de Origen ligada a la gran tragedia que vivimos. Buscan desesperadamente en el pasado de cada quien cualquier tipo de militancia, teórica o práctica, que pueda asociarse con ese monstruo llamado “La Izquierda”. Van más allá. No toleran ninguna ambigüedad. Hurgan tratando de encontrar una cana al aire que huela a socialismo, un desliz no probadamente liberal, un titubeo demasiado cercano a la social democracia. En el fondo, se trata de una ansiedad muy tentadora. Quieren aferrarse a una lógica que los mantenga a salvo y que explique la larga permanencia del chavismo en el poder.
Pensar que un remitido de bienvenida a Fidel Castro, firmado en 1989, tiene la culpa de que Maduro continúe todavía en Miraflores es un inmenso disparate. Es tan absurdo como creer que Soledad Bravo y Antonio Sánchez García, su marido y mánager, son responsables de todo lo que vivimos porque , durante demasiados años, difundieron por todo el país la música de la nueva trova cubana. Y con esto no estoy defendiendo el bendito remitido. Cada una de sus palabras, ahora, me parecen un despropósito. Pero en ese tiempo yo no pensaba así. Eso ocurre. Se llama historia. Y es una experiencia muy común. Conozco a más de uno de los que hoy anda desatado por las redes, con los adjetivos en alto, buscando impíos, que celebró con entusiasmo el golpe del 4 de febrero de 1992. Conozco a más de uno que, incluso, votó por Chávez en 1998. Muchos, en esos años, se dejaron llevar por la pasión anti adeca y se entregaron gozosos al fuego de una efímera venganza.
En el contexto de un liderazgo minado, aplastado e invisivilizado por el poder, el camino de la depuración solo propicia de manera irremediable más fracasos. Ciertamente es más fácil culpar e insultar a los líderes, a los parlamentarios, a los luchadores sociales, a los periodistas, a los intelectuales, a los “abajo firmantes”… que tratar de sacar al chavismo de Miraflores. Por ese camino, hay mucha bilis que gastar y mucha catarsis fugaz que disfrutar.
El horizonte de la inquisición siempre puede expandirse. La cantidad de impuros por descubrir es infinita. Alguien podría culpar a Ángela Zago, por haber escrito “La rebelión de los ángeles”: el primer altar que tuvo Hugo Chávez. Otro podría señalar que El Nacional y Miguel Henrique Otero apoyaron y estuvieron muy cerca, demasiado, del triunfo de Hugo Chávez en 1998. Otros que podrían ser sospechosos por omisión. Hay quien podría señalar, por ejemplo, que Diego Arria solo se volvió un verdadero militante cuando le quitaron su hacienda. O acusar a Antonio Ledezma de hacerse el sueco con su propia familia…Al parecer, es más fácil perseguir e insultar a supuestos castro-comunistas que a los buenos chicos de Derwick, o a todos los que vieron en “la revolución” una ventana de oportunidad para hacer grandes negocios. Al parecer, es más sencillo y sonoro arremeter contra Elías Pino o contra Milagros Socorro que contra todos aquellos que, en silencio y sin debates, enseñaron a los nuevos saqueadores del país a lavar sus fortunas en el extranjero… El abismo de las acusaciones, de las suspicacias y de las especulaciones, tampoco tiene fondo.
No se trata de establecer complicidades, de comprometer la ética. Pero tampoco de emprender cacerías inútiles, de repartir odios, paranoias y desazón, entre la mayoría opositora. ¿Quién es realmente el adversario? ¿Dónde se encuentra? Todo sabemos que no está claro cómo se puede derrotar a la mafia que controla el poder en el país. Pero lo único que sí está claro es que, sin unidad, no podremos hacerlo. De ninguna manera. Mientras no haya unidad, no habrá futuro.
El horizonte de la inquisición siempre puede expandirse. La cantidad de impuros por descubrir es infinita. Alguien podría culpar a Ángela Zago, por haber escrito “La rebelión de los ángeles”: el primer altar que tuvo Hugo Chávez. Otro podría señalar que El Nacional y Miguel Henrique Otero apoyaron y estuvieron muy cerca, demasiado, del triunfo de Hugo Chávez en 1998. Otros que podrían ser sospechosos por omisión. Hay quien podría señalar, por ejemplo, que Diego Arria solo se volvió un verdadero militante cuando le quitaron su hacienda. O acusar a Antonio Ledezma de hacerse el sueco con su propia familia…Al parecer, es más fácil perseguir e insultar a supuestos castro-comunistas que a los buenos chicos de Derwick, o a todos los que vieron en “la revolución” una ventana de oportunidad para hacer grandes negocios. Al parecer, es más sencillo y sonoro arremeter contra Elías Pino o contra Milagros Socorro que contra todos aquellos que, en silencio y sin debates, enseñaron a los nuevos saqueadores del país a lavar sus fortunas en el extranjero… El abismo de las acusaciones, de las suspicacias y de las especulaciones, tampoco tiene fondo.
No se trata de establecer complicidades, de comprometer la ética. Pero tampoco de emprender cacerías inútiles, de repartir odios, paranoias y desazón, entre la mayoría opositora. ¿Quién es realmente el adversario? ¿Dónde se encuentra? Todo sabemos que no está claro cómo se puede derrotar a la mafia que controla el poder en el país. Pero lo único que sí está claro es que, sin unidad, no podremos hacerlo. De ninguna manera. Mientras no haya unidad, no habrá futuro.
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