En una pauta de horario estelar -y por ende costosa- la pieza
publicitaria pinta de cuerpo entero el mercado creado por esa nueva clase social conocida como la boliburguesía . Un joven, poco agraciado él, con corte de pelo militaroide norcoreano, que no llega a los treinta años, baja por la escalera en lo que luce como un hotel cinco estrellas en cualquier ciudad de Venezuela. Camina sobrao’, dándose aires de triunfador, con sonrisa de haber cerrado un negocio redondo. Se cruza con una muchacha particularmente linda. Se intercambian miradas. Ella tiene andar de fiera al acecho. Entran en una tienda, donde ella es dependiente. Le enseña camisas, que evidentemente son de máximo lujo. El, como al desgaire, toca la tela de la camisa…. y la mano de ella. Ambos saben a qué van. El tiene su agenda y ella también. El se prueba varias camisas. Y un traje muy bueno que, sin embargo, no lo convierte en gente. Porque el hábito no hace al monje. La cuña termina en una toma de ellos saliendo juntos. Que el consumidor target llene los espacios en blanco. El último cuadro es la marca.
La pieza es una oda al «chequera mata galán», un festejo al nuevoriquismo que se ha enseñoreado en nuestra sociedad y ha hecho trizas los valores y principios que guiaron nuestra vida. Porque en modo alguno se presenta una historia de logros válidamente trabajados. El tipo tiene plata. No sabemos el origen de ese dinero. y parece que no es importante en la narrativa. Y ella, que antes no lo hubiera honrado ni con una sonrisa piadosa, sale guindada de su brazo. Todo es tan patético que da grima.
La publicidad modela conductas y posiciones. Para bien o para mal. Pero estamos tan angustiados en la diatriba cotidiana, que no nos fijamos en que esos mensajes son los que ven nuestros muchachos. Y les están pudriendo el cerebro y triturando valores.
