Publicado en: El Universal
En 2000 se descubrió el Evangelio de Bernabé también llamado Biblia de Turquía. En él, entre otras muchas cosas, se afirma que no crucificaron a Jesús, sino a Judas quien lo suplantó en el martirio, y engañaron así a María, a Magdalena, y a la Humanidad entera que no se dio cuenta. Tampoco Jesús era el Redentor sino un profeta al estilo de la creencia musulmana.
En 2006 se conoció, después de largas peripecias, el Evangelio de Judas, que hace esfuerzos por reivindicar al epítome de la traición con argumentos filosóficamente no desdeñables. Cristo vino a la tierra a morir por los pecados del hombre, su destino desde la eternidad, y Judas fue el instrumento de Su voluntad a conciencia de ambos. En 1945 habían hallado 52 textos en excavaciones egipcias, entre ellos Evangelio de Pedro, Apocalipsis de Santiago y Evangelio de Tomás.
Sobre el último se rodó Estigma (Wainwright:1999) con Gabriel Byrnie y Patricia Arquette. También consiguieron fragmentos del Evangelio de Magdalena que la identifica como discípula más que predilecta del Maestro y líder de los apóstoles. Los investigadores afirman que en el siglo II circularían la bicoca de doscientos evangelios, término cuya traducción literal, más que buena nueva, es biografía de Cristo. La Iglesia acepta solo cuatro: Mateo, Lucas, Marcos y Juan.
Los otros se denominan apócrifos, muchos elaborados por grupos gnósticos, es decir, que ponían en duda los principios. Esta proliferación de textos indica que el Cristianismo nació en medio de una intensa polémica, que lejos de cesar, se ha mantenido por dos mil años, desde el Evangelio de Tomás hasta las proclamas de Camilo Torres.
Política para veinte siglos
A lo largo de veinte siglos hubo sectores empeñados en construir una institución estable y poderosa, y otros dedicados a cuestionarla e incluso destruirla, a nombre de una relación directa entre el pueblo y Dios, lejos de los recamados hábitos de los obispos y las riquezas materiales. En el apócrifo Tomás, ponen en boca de Cristo “búscame en una piedra o en un pedazo de madera y allí estaré” (entonces ¿para qué Iglesia?)
Un convulso proceso político estableció los cuatro Evangelios canónicos y los, en total, veintisiete libros del Nuevo Testamento. El teólogo Orígenes fue el primero que intentó configurar una biblia, pero su antisemitismo lo hizo excluir todos los documentos de origen judío en beneficio de los escritos en griego. Esta ofensiva secesionista y herética produjo la reacción de los los activistas que organizaban las diócesis dispersas de Alejandría, Siria, Corinto, Roma, Atenas y Nicea.
Empuñaron los cuatro evangelios como arma ideológica para hacerle frente a Orígenes. Cerca del año 180, en medio de una furiosa represión romana, Ireneo, Obispo de Lyon, en histórica demostración de liderazgo, los confirmó y excluyó cualquier otro. Para enfrentar torturas, asesinatos y piras, tuvo el sentido estratégico de reforzar un credo unívoco y sencillo sin las dudas del debate gnóstico, que erosionaba la jerarquía, el liderazgo de los obispos, incluso la Iglesia misma y hasta las bases de la fe.
Mateo, Marcos, Lucas y Juan configuraban un programa político-ideológico y moral que daba fuerzas a cientos de mártires para morir heroicamente por él. A la mártir inmortal, Blandina (que de blanda no tenía nada) la sentaron en una silla de hierro calentada al rojo, mientras gritaba su fe. Más tarde, cuando las cosas cambiaron y el emperador Constantino se cristianizó, convocó el Concilio de Nicea en 326.
Habla suavemente
Allí se ordenó editar cincuenta ejemplares de la Biblia oficial para las cabezas de las iglesias locales, ahora bajo un comando único en Roma. A lo largo de veinte siglos, la Iglesia ha enfrentado en una repetición borgiana, la recurrencia de grupos internos que la ponen en la picota, con exponentes tan brillantes como Lutero y Calvino, que intentan desmantelar su estructura de poder. Una de las últimas fue la Teología de la Liberación, de íntima identidad con el castrismo.
El Cristianismo era uno entre cientos de grupos judíos que predicaban en el Imperio, pero se impuso y logró éxito político universal. Gracias a la progresiva moderación de su perfil político, logró el milagro de que sus verdugos, los emperadores Constantino (316) y Teodosio (380) se convirtieron a la fe y la hicieron religión oficial del Imperio. Si los primeros cristianos se presentaban como una fuerza subversiva que amenazaba a los paganos con el infierno, el venidero apocalipsis, el Día de la Ira.
La “explosión social” en la que el pueblo tomaría venganza aterradoramente en las calles, en poco tiempo sus líderes conjugaron un discurso para ganar a sus adversarios y no para aterrarlos. Si el paganismo era profuso en eróticas diosas, el santoral cristiano se pobló de santas, vírgenes y ángeles. Entre Mateo y Lucas hay un importante y sutil cambio.
De “bienaventurados los que tienen hambre” a “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”; y de “bienaventurados los pobres” a “bienaventurados los pobres de espíritu”, hay un replanteamiento semiótico, un mensaje a los ciudadanos romanos y a los que no pertenecían a las masas de menesterosos que pululaban en Roma. En el piojoso lenguaje políticamente correcto, un viraje “inclusivo”. Abandonaron la amenaza radical y llevan veinte siglos de hegemonía.
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