Por: Jean Maninat
¿Cómo descubre usted que vive con un comunista, que ha sido durante años engañada ideológicamente por su pareja? ¿Qué trastorno marxistoide descubre usted en su compañera de vida cuando unta el pan con mantequilla en el desayuno? ¿Cuáles mohines detecta usted en el mayorcito de sus vástagos que denuncian un odio recóndito al capital privado y la libre empresa? Son preguntas determinantes hoy en día para salvar la democracia y la cultura occidental en los Estados Unidos de América.
Porque está visto que están cundidos de subversivos, de comunistas, que se hacen pasar por demócratas cuando en realidad trabajan solapadamente para convertir al país más poderoso del mundo en una Cuba, una Venezuela más. Y que no nos vengan con cuentos que de eso sabemos nosotros más que nadie. Miren cómo nos pagó el galáctico todo el amor y esmero que le dimos -recursos, televisoras, periódicos, aviones, peluches- tan pronto profirió su “por ahora”.
A quién se le ocurre estar aceptando más inmigrantes, si ya estamos nosotros y los que vienen no hacen más que crearnos mala fama. O eso del libre comercio, que no es otra cosa que quitarle a los países ricos para regalarle a los países pobres. Póngase a buen resguardo cuando escuche hablar de globalización, es una forma encubierta de internacionalismo proletario. Y los medios de comunicación, son meros aparatos de agitación y propaganda comunista. Con el New York Times a la cabeza y CNN en los pies. ¿Les suena familiar todo lo anterior?
Entre 1950 y 1956 el senador Joseph McCarthy lanzó una campaña de persecución denunciando una conspiración comunista que cobró víctimas en el gobierno, pero con especial notoriedad en la industria cinematográfica radicada en Hollywood. Decenas de guionistas, actores, directores, fueron sometidos a juicios sumarios acusados de ser simpatizantes comunistas, de conspirar a favor de la Unión Soviética, de traición a la patria. Una cacería de brujas que canceló carreras y disparó delaciones entre colegas. Es lo que se denominó el macartismo y que tanto ha tratado Hollywood de exorcizar.
La ola de macartismo criollo que ha surgido al calor de las elecciones norteamericanas es probablemente una de las cúspides humorísticas más importantes en el país desde la invención de Radio Rochela. Es también muestra de una grieta sísmica en la psique cuando uno escucha a gente informada, presumiblemente cosmopolita, repetir los argumentos de un miembro del KKK con la vehemencia de la ahora icónica doñita del Doral. (Con el perdón de las acquaintances que moran en el Doral).
A estas alturas del miércoles postelectoral cuando se teclean estos párrafos todavía no hay certeza de quién ganará las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América. Lo que sí queda claro son los peligros que puede correr la democracia -por más sólida que se pretenda- en manos de la desmedida ambición de un vendedor de ilusiones y un público deseoso de comprárselas.
El país que deslumbró a Alexis de Tocqueville, al que le cantó Walt Whitman maravillado por su pujanza democrática, el que de la mano de Thomas Jefferson produjo la Declaración de Independencia, uno de los documentos políticos más bellamente escritos, pasa por circunstancias que uno asociaría más con una “república bananera” que con la robusta y próspera democracia que a tantos ha atraído secularmente. Confiemos en que sabrá sortear -como lo hizo en el pasado- este nuevo desafío. Tiene las reservas institucionales para hacerlo.
Mientras esperamos el desenlace, mejor dormir con ojo avizor, no sea que tengamos un comunista en casa.
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