Soledad Morillo Belloso

Un país con propósito – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Me pregunto, no desde la retórica sino desde la herida: ¿qué país habitamos hoy? Venezuela parece detenida en una interzona sin tiempo, un umbral donde el simulacro convive con la ruina, y el medievo, lejos de ser pasado, ha mutado en sistema. Los nuevos señores no ocupan castillos; gobiernan desde estructuras de aire acondicionado: despachos, partidos, medios, empresas, tribunales. Los siervos ya no están encadenados por grilletes, sino por una conectividad sin sustancia. Tienen smartphones pero no agua, voz virtual sin educación real, derechos como eco, no como sustento.

Esta nación se ha transformado en laboratorio de una distopía líquida, donde el brillo tecnológico se superpone a un apagón existencial. No hay fábricas que vibren; hay campos exhaustos, desnutridos por modelos que ignoran la raíz. Los hospitales no sanan; funcionan como vestíbulos del adiós, institucionalizando el dolor mientras la salud se convierte en privilegio reservado.

La educación es hoy una farsa que resiste con dignidad rota. Dos días por semana, cuando el azar lo permite. Las escuelas operan como trincheras simbólicas. Los maestros, con sueldos que insultan, se erigen como centinelas de una esperanza maltrecha. Su vocación es un acto político: aferrarse al fuego que aún late en medio del corte eléctrico.

En paralelo, la élite minúscula encarna un teatro obsceno. Beben y ríen entre ruinas, montan espectáculos de abundancia sobre el fondo espectral del hambre. Viven en un país de vitrinas, ajenos al temblor del subsuelo. Un país instagramable que se disuelve al cerrar la aplicación.

Lo que atravesamos no es solo crisis económica. Es una erosión moral, una fractura ontológica. Una grieta que no cabe en estadísticas, pero que se manifiesta en la distancia abismal entre los que pueden evadir el hambre con un clic y quienes la respiran como atmósfera constante. El país no se desvanece por falta de recursos. Se corrompe cuando la política se convierte en trámite y la dignidad en anécdota.

Este tiempo convoca a la refundación. Pero no desde estrategias de mercadeo político: desde el reconocimiento de lo olvidado, desde el cuerpo que ya no figura en ningún mapa. Hay que mirar sin anestesia. Refundar desde el gesto mínimo, el aparentemente insignificante, el que nadie contabiliza pero que restaura lo humano. Transformar la grieta absurda en posibilidad lúcida. Dejar de gestionar apariencias y comenzar a cultivar existencias.

Sí, hay hospitales sin insumos, escuelas sin días, campos sin semilla. Pero también hay ojos que persisten, pieles que rehúsan naufragar, voces que aún pronuncian lo que duele. En lo fracturado, la posibilidad aún respira.

Refundar es desmontar privilegios, desarticular el poder que se cree propietario de lo colectivo. Las instituciones deberán reaprender el verbo servir. Lo esencial no estará en la pompa del discurso, sino en la costura humilde que une generaciones desde la fragilidad. Reconocer lo frágil no como falla, sino como sustento. Habitar lo ético como práctica diaria, no como gesto simbólico.

La educación deberá nombrar las heridas sin pudor y las redenciones sin artificio. La justicia no se enunciará: se ejercerá en cada gesto que cuida sin herir, que sostiene sin someter. Porque lo que otorga peso a la existencia no son las estructuras, sino los vínculos que laten en lo invisible.

El país por venir será plural, contradictorio, incompleto. No será modelo: será cuerpo. Nacerá de los muchos países que cada vida imagina desde la pérdida y el anhelo. Su verdad no estará en el plan, sino en la ecuación sin despeje que encarnamos todos. Ser cualitativos será el acto más radical y espiritual.

La infraestructura más resistente será la red de afectos, silenciosa y tenaz, que permite estar lejos sin dejar de ser cerca. La política ética será vínculo, no trámite. Ningún proyecto será justo si algunos son voz y otros apenas ruido de fondo.

María Zambrano escribió: “La democracia es la sociedad en la que no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.”

Refundar será eso: hacernos cargo de esa exigencia sin excusas. Volver al gesto. Y a ese gesto, convertirlo en país con propósito.

 

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