A medida que se acerca el 6D y las encuestas de opinión insisten con terquedad en señalar la monumental decepción con el gobierno en todos los niveles y sectores, sus máximos dirigentes se aferran al volante, pisan el acelerador a cuatro pies y ensayan todo tipo de coartadas, fullerías, exabruptos, para intentar despejar la espesa niebla de descontento que cubre Miraflores a pleno sol del día. Piensan que el estado de ánimo de una sociedad se puede cambiar de la noche a la mañana repartiendo espe jitos con el azogue vencido y peines desdentados.
La más reciente operación para distraer -o amedrentar- la atención del país ha sido amenazar con dar inicio a un proceso judicial en contra de Lorenzo Mendoza y Ricardo Hausmann por comentar por teléfono y en privado -hasta que fueron grabados ilegalmente- las posibles alternativas que habría para intentar resolver la monumental crisis económica que sufre Venezuela. Los juristas ya se han encargado de argumentar la falta de sustento legal para avanzar tamaño adefesio, y los economistas el impacto negativo que tendría para el consumo popular la eventual paralización de actividades de Empresas Polar. Poco importa sus efectos nocivos; lo importante es la detonación, el estruendo, el humo que flota y antecede al asalto de las fuerzas de choque.
(OK Mendoza y Hausmann, no se resistan, están rodeados, sabemos lo que hablaron y están negociando, están rodeados… repito, salgan con las manos en alto; se sueña a sí mismo el gran perseguidor, conminando a la rendición, megáfono en mano, mientras sobrevuela en círculos en un helicóptero artillado la sede del Fondo Monetario en Washington D.C.).
Venezuela tiene la inflación más alta del planeta, es un país que debe hasta la vajilla china, dilapidó años de petróleo a precios de rascacielos, las estanterías están vacías hasta de telarañas y sus calles se anegaron de armas y delincuentes que las usan al desgaire. Ese es el relato mundial apegado a la realidad. Pero la respuesta desde arriba, lejos de enmendar, es perseguir a un prestigioso economista y a un comprometido empresario, como escarmiento para quien no siga el relato oficial aferrado al canon clásico de la agitación y propaganda.
¿Cuánto no daría Cuba por tener a Mendoza dirigiéndole la reconversión de sus empresas y a Hausmann el manejo de su economía, en estos tiempos de desvelo capitalista? ¿Qué pensará Ortega, quien firmó un acuerdo para que el FMI sea «asesor de confianza» del Estado nicaragüense? ¿Y Brasil, que mucho antes de que el neoliberal Joaquim Levy fuese nombrado ministro de Finanzas, se sentaba a negociar con el FMI? Es probable que observen, con la quijada en las rodillas, cómo se dinamita lo que ellos quisieran construir o poder sostener en el tiempo: las bases de una economía que funcione, más allá de la algarabía ideológica.
El 6D se acerca inexorablemente. El nerviosismo y la prisa aumentarán día a día en el oficialismo y vendrán nuevas intimidaciones, nuevas astucias, nuevos enemigos y culpables express, bien sea para perturbar el resultado de las elecciones, o para dejar sembrado de explosivos judiciales el panorama poselectoral. Un dakazo represivo tan solo contribuiría a drenar más aún el apoyo regional y aumentar el descrédito internacional. (La renuncia de Brasil a participar en la misión de observación electoral es ya una advertencia.) Pero no quieren recapacitar y se ahogan los unos a los otros con consignas de un radicalismo de izquierda previo al diluvio. Sólo una avalancha de votos el 6D sacudirá el polvo ideológico que nos ahoga.