Por: Jean Maninat
¿De dónde habrán salido tantos fascistas en la pequeña Venecia? ¿En cuáles escuelas se formaron? ¿Dónde están sus centros de adoctrinamiento? ¿Dónde esconden los bustos de Benito Mussolini, II Duce, de José Antonio Primo de Rivera, Francisco Franco o Antonio de Oliveira Salazar? ¿Dónde los poemas de Ezra Pound, las obras literarias de Gabriele D´Annunzio, de Louis-Ferdinand Céline? Tramará algún intelectual fundar el Estado Libre de Carúpano y proclamar la Carta de Río Caribe, para dar rienda suelta a su imaginación y sentar las bases de un Estado soberano protofascista, siguiendo los delirios de D’Annunzio en Fiume y su respectiva Carta de Carnaro. Bueno, en la piccola Venezia, todo es posible.
Algunas razones para dudar su existencia según expertos consultados por esta columna:
A ver, los podemos inventar bajo el inclemente sol marabino -después de pasar el puente y ya con la mente nublada- enfundados en uniformes de gala negros, camisas negras, casacas de botones dorados, pantalones de montar, y eso sí -es un must- botas de cuero cubriéndoles las pantorrillas deslumbrantes como rascacielos. Allí, frente a la catedral, goteando sudor y grasa cantarán con el brazo derecho extendido y el mentón altivo: “Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver…”. Se entenderá que, bajo tales circunstancias, las filas de compañeros fachos irán perdiendo espesura, menguando bajo el sol abrasivo al que quieren dar la cara post mortem, abrumados por tanta y agobiante parafernalia militarista, desmayados y ya sin conciencia, ni política, ni cerebral. Inermes como soldados de plomo caídos.
Supongamos que en modo cristiano-primitivo los piccolinos fascistas criollos buscaran refugio en cuevas tecnológicas, catacumbas cavadas en la redes sociales, a buen resguardo entre minados de criptomonedas y fábricas de bots; o en los acantilados de X, donde pueden apertrecharse y propagar la supremacía de su credo político desde el anonimato. Allí estarían a salvo de los cazadores de replicantes fascistas (estilo Rick Deckard, el de Blade Runner) dispuestos a todo por arrancarles el cuero cabelludo y venderlo. Pero, ni el propio Sauron Musk sería capaz de sobrevivir en un microuniverso plagado de pequeños saurios (iguanas) capaces de engullir el cableado eléctrico de China continental de una sola zampada. Más que santuario, sería un cementerio.
La objeción más dura, más robusta (está de moda usar el término robusto) consiste en afirmar que sería harto complicado explicar de una manera coherentemente revolucionaria, cómo es qué luego de 25 años de proceso revolucionario, en vez de producir hombres y mujeres nuevos, la reproducción de fascistas se ha incrementado en millones, casi tanto como la liberación de Capín Melao (Melinis minutiflora) en los diciembres caraqueños de la pequeña Venecia. Una de fascistas que merece explicación urgente de científicos políticos y sociales. ¿O no?