Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“Sólo puede llamarse idea lo que es objeto de la libertad”
Hegel, Hölderlin, Schelling
Durante el duro invierno de la Frankfurt de 1796-1797, tres jóvenes colegas, egresados del Stift de Tübingen, se reunieron para redactar lo que concibieron como el Programa mínimo del itinerario filosófico que, a partir de entonces, sería menester desarrollar para los próximos tiempos, con el firme propósito de contribuir decididamente a la realización –in der Praktischen– del anhelado sueño de una humanidad redimida de sus propias inconsistencias e inconsecuencias, después del probado fracaso de los sueños de una “razón pura” trastocada en monstruosa tiranía. La guillotina se había transformado en el símbolo de la revolución y el criticismo en su transmutación metafísica. No mucho tiempo después, aquellos jóvenes se convertirían en los más representativos pensadores del llamado Idealismo alemán, sobre las huellas dejadas, precisamente, por Kant y Fichte: el poeta Hölderlin y los filósofos Schelling y Hegel. Reunidos en aquella Frankfurt signada por “el punto nocturno de la contradicción”, los tres jóvenes compañeros, tras densas jornadas de discusión, finalmente redactaron el Primer Programa de un sistema del Idealismo alemán. No se impuso la voluntad de uno de ellos en particular para la redacción definitiva de dicho Programa. Más bien, y como solía decir el Maestro Pagallo en sus clases, “el Ich bin devenido Wir sind, era la sustancia, el Espíritu absoluto que brotaba de la empuñadura de la pluma de sus redactores”.
“..una ética. Puesto que, en el futuro, toda la metafísica caerá en la moral, de lo que Kant dio sólo un ejemplo con sus dos postulados prácticos, sin agotar nada. Esta ética no será otra cosa que un sistema completo de todas las ideas o, lo que es lo mismo, de todos los postulados prácticos. La primera idea es naturalmente la representación de mí mismo como un ser absolutamente libre. Con el ser libre, autoconsciente, emerge simultáneamente, un mundo entero -de la nada-, la única creación de la nada verdadera y pensable”.
Desafortunadamente, la parte inicial del Systemprogram se extravió. Pero desde los primeros parágrafos conservados se puede apreciar la crítica a los rígidos criterios de demarcación, puestos (setz) por el entendimiento abstracto, entre la razón teórica y la razón práctica, entre el conocimiento y la moralidad -cuyo distanciamiento, en el horizonte de la cultura contemporánea, se ha vuelto abismal. Las inextricables fronteras trazadas entre lo uno y lo otro estallan a la luz del Programa, al tiempo de exigir la impostergable reconducción a su concepto originario: la indisoluble unidad de lógica, ética y estética, reflejada ya desde los diálogos platónicos, como la identidad del ser como pensar, decir y hacer verdadera, buena y bellamente. El instrumentalismo mecanicista, la racionalidad instrumental, representada en el culto patológico de las metodologías, cuyo propósito consiste en ocultar en sus entrañas el miedo a la realidad de verdad, evadiéndola, mientras recrea una “realidad” -la fictio o imaginatio propiamente dicha- que le resulta más “potable”, queda descubierto, sorprendido en su extremismo religioso, en la tiranía del absurdo fanatismo que ha hecho del mundo actual un insufrible tormento, la servidumbre del nada nuevo bajo el sol.
Cosa similar ocurre con la “idea” del Estado. Si por Estado se entiende un simple mecanismo, una recurrente y esclavizante cadena de montaje, entonces, ese Estado no puede más que desaparecer, debe dejar de existir, porque así como “no existe una idea de una máquina”, tampoco puede existir la idea de un mecanismo que termina aprisionando y sometiendo a los individuos, convirtiéndolos en pernos y tuercas descartables de un abominable artificio hecho de engranajes, porque, en realidad, “sólo puede llamarse idea lo que es objeto de la libertad”. Por lo cual, un Estado sólo puede justificar su existencia si es el resultado de la acción de los ciudadanos libres para los ciudadanos libres. Todo lo cual resulta impensable si no se construyen los fundamentos sólidos de un innovador, rico y concreto significado de lo ético hecho arte, literatura, poesía y mitología. Es imposible el razonamiento histórico -e incluso, el matemático- sin sentido estético. Los individuos sin sentido estético son los “técnicos”, los “burócratas”, los “especialistas” a secas, vulgares aplicadores de fórmulas vaciadas de contenido. Pero también los “científicos” sociales, los metodólogos y los pragmáticos ortodoxos que confunden la política con las transacciones, que trafican con los “recursos humanos” -como si la condición humana tuviese precio y no valor- y, en consecuencia, son aquellos tendencialmente propensos a la deslealtad y a la corrupción que, más temprano que tarde, llegan a confundir la gestión pública con la criminalidad. En fin, se trata de los “bachaqueros” de la praxis política devenida gansterato.
Mientras no se comprenda la inescindibilidad de conocimiento y moral, de verdad y libertad; mientras no se transformen “las ideas en ideas estéticas, en ideas mitológicas”, capaces de proyectar y dignificar la propia labor en beneficio del Ethos, hasta conquistar los arcana coelesti y revelarlos, no habrá un contundente y decidido acompañamiento ciudadano, apto para derrumbar los andamiajes de la corrupción y el secuestro colectivo al que han sido sometidos los individuos, cándidas presas de las fauces de la canalla vil. Sin Ethos la idea de República terminará desapareciendo para dar paso a un conglomerado de sobrevivientes sin rumbo, a la deriva. Sólo con eticidad llegan a su fin “las miradas desdeñosas” y “el ciego temblor del pueblo” ante sus cancerberos. Y sólo entonces llegará la conformación de la “igualdad de todas las fuerzas, tanto de las fuerzas del individuo como de las de todos los individuos. No se reprimirá ya fuerza alguna, reinará la libertad y la igualdad universal de todos los espíritus”.
La educación estética de la sociedad -y especialmente la de quienes se han propuesto ejercer la función de dirigentes políticos- es clave para la construcción de una nueva ciudadanía, auténticamente libre y democrática, sobre todo en tiempos de desgarramiento. Es necesario hacer el esfuerzo por superar los rumores del día a fin de dar cabida a los acordes de la eternidad. La única red social que bien merece llamar la atención de todos es la que terminará apresando y poniendo fin a la tiranía. Esa inmensa red social y política de la resistencia tiene que estar tejida con los hilos de la ética del compromiso y la solidaridad, de la constancia y el desempeño de los ciudadanos. El ejemplo dado por aquellos tres jóvenes pensadores alemanes, que más tarde serían las figuras centrales de la inteligencia poética y filosófica de su tiempo, pasma, y no deja de llenar de asombro, de admiración. La reconstrucción de Venezuela depende de ese Programa que aun está por construirse, justo aquí y ahora, después de los últimos desencantos. Este será el Programa de la fantasía concreta, hecho de inteligencia y voluntad. Sólo las ideas son capaces de redimir a los pueblos. Y todo parece indicar que ha llegado el momento de las ideas.