Una historia que sucede entre 1945 y 1948 (y II) – Elías Pino Iturrieta

“Como se ha transitado hasta entonces por un camino democrático, ahora los venezolanos perciben que de nuevo los llevan a los senderos del autoritarismo, cuyos oscuros rasgos no han tenido tiempo de olvidar: arbitrariedad y represión. (…) Se habla ciertamente de dictadura y, con mayor precisión, de dictadura militar”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Un histórico festival de folklore saluda el advenimiento del novelista Rómulo Gallegos a la Presidencia de la República. Los oficiales del alto mando militar –Carlos Delgado-ChalbaudMarcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez– destacan en las ceremonias y manifiestan su apoyo al gobierno constitucional. Con el soporte de un filón abrumador de tarjetas depositadas por la voluntad popular, nadie podría vaticinar un final inminente para el escritor convertido en primer magistrado, ni para el partido que lo apoya. ¿Qué sucede?, ¿cómo, de pronto, todo amenaza con derrumbarse?

Rómulo Betancourt, máximo líder de Acción Democrática (AD), rival por antonomasia del posgomecismo y presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno que ha guiado el proceso, se nos presenta como elemento fundamental de la respuesta. Ahora Betancourt no interesa desde la perspectiva personal, sino como referencia a una lectura del país que muchos consideran alarmante. No en balde se insiste entonces en que maneja a Gallegos con el propósito de profundizar la revolución, o en que está de acuerdo con sus acólitos para iniciar una etapa de desafueros contra la propiedad privada. Rumores sin fundamento, pero capaces de prevenir a los militares cuando circulan noticias de su participación como representante del presidente Gallegos ante la IX Conferencia Panamericana celebrada en Bogotá.

De acuerdo con las nuevas que llegan a los cuarteles, Betancourt se opone en la asamblea a la firma de un pacto anticomunista propuesto por los Estados Unidos. Y se asegura que ha participado en los sucesos provocados por el asesinato del célebre  Gaitán, siguiendo instrucciones de Blas Roca, conocido comunista cubano. Para los efectos de la marejada que se está desarrollando, las informaciones le arrojan a la leña la candela que faltaba. Los desestabilizadores las utilizan para presentar al líder como un agente bolchevique que aprovecha su influencia en el Gobierno para preparar una revolución de corte soviético. Terrible incriminación en un tiempo signado por el comienzo de la Guerra Fría que acaba de decretar en Washington el presidente Harry S. Truman. Pero Gallegos también se ha contagiado de ese extremismo, de acuerdo con los observadores más prevenidos.

“Hay quienes ponen el énfasis en el contenido modernizador y en realizaciones materiales, a expensas de las libertades; y hay quienes se preocupan por el porvenir de estas, por una futura vida de los venezolanos”

Ellos aseguran que, en conversaciones personales y privadas, le ha negado apoyo al propio Truman para un plan conjunto de protección de los campos petroleros ante una probable amenaza comunista. Además, contra la opinión de quienes le sugieren un distanciamiento de las posiciones más extremistas, ha asistido al mitin que celebra el tercer aniversario de la “Revolución de Octubre”. ¿Acaso no avaló con su presencia ante la multitud, la próxima candidatura del otro Rómulo? Para los militares es simple la solución del entuerto: exiliar al líder del “partido del pueblo” y sacar del gabinete a los militantes de AD. Cuando el mandatario no vacila en rechazar las peticiones, una Junta de Gobierno presidida por Carlos Delgado-Chalbaud, Ministro de la Defensa, dirige un exitoso golpe de Estado el 24 de noviembre de 1948. Acompañan a Delgado en la Junta, el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, como Ministro de la Defensa, el teniente coronel Luis Felipe Llovera Páez, como Ministro de Relaciones Exteriores; y Miguel Moreno, como Secretario.

Como se ha transitado hasta entonces por un camino democrático, ahora los venezolanos perciben que de nuevo los llevan a los senderos del autoritarismo, cuyos oscuros rasgos no han tenido tiempo de olvidar: arbitrariedad y represión. Pero para los observadores sagaces no se está realmente ante un derrotero unívoco. Se habla ciertamente de dictadura y, con mayor precisión, de dictadura militar. Para aquellos se hace evidente, desde temprano, que hay dos bandos encontrados en los cuales participan con equivalente poder, con ambiciones y pasiones similares, tanto uniformados como civiles. Hay quienes ponen el énfasis en el contenido modernizador y en realizaciones materiales, a expensas de las libertades; y hay quienes se preocupan por el porvenir de estas, por una futura vida de los venezolanos que será seguramente distinta a la vivida durante el Trienio.

Los primeros reclaman el ejercicio de poderes extraordinarios sin límite de tiempo. Los otros conciben la suspensión de los derechos ciudadanos por un breve lapso, como alternativa de tránsito hacia una diversa experiencia institucional. Tales son las perspectivas que se desprenden de la encrucijada. Aun para los analistas más perspicaces la pugna sucede entre bastidores. Mientras el hombre de la calle, más propenso a los exámenes sencillos, siente que debe vivir en el seno de un régimen dictatorial. Es lo que sucederá cuando comience 1949.

 

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