Sé que es difícil de entender. A veces lo sencillo tiene que subir cuestas. Un país elige sus liderazgos. No al revés. Cada situación requiere de distintos tipos de liderazgo. Y la habilidad de esos a quienes les toca liderar no es marcar una ruta; es lograr generar una dinámica en la sociedad para que organismo desee lo que necesita y luche por ello.
Hay que entender la enorme diferencia que hay entre conducción y liderazgo. Y en los asuntos políticos, de crucial importancia en las sociedades, una persona puede tener el liderazgo aunque no sea quien lleve la conducción. Porque el liderazgo es situacional; la conducción es un oficio. Un estadista sabe de conducción y de liderazgo. En realidad, es un gerente del futuro.
Al liderazgo lo elige el pueblo, la sociedad. Con sus votos, con sus aplausos, con sus apoyos. No es un cheque en blanco. La sociedad no renuncia a sus propias decisiones ni las delega. Le da autoridad y poder al liderazgo. Y con la misma fortaleza puede retirárselos. Alguien que comprenda realmente el liderazgo sabe que está de paso. Su tiempo puede caducar. Y entonces está obligado a usar ese tiempo de vigencia para impulsar a la sociedad, no para sojuzgarla.
Estamos en Venezuela frente a un cambio de era. Nos está llegando el siglo XXI, con retraso. Este siglo, por cierto no es ni mejor ni peor que el anterior. Es sí distinto. Y quedarnos atrasados nos ha supuesto un enorme costo, en todo sentido, social, económico, tecnológico, filosófico. Entonces nos va a tocar recuperar el tiempo perdido. Cuando hay cambio, la historia se encarga de enderezar las cargas. Y dejará atrás a quien no lo entienda, se oponga o pretenda estirar una liga que no da para más.